Ese muchacho llamado Bernardo

Ese muchacho llamado Bernardo

La importancia es el momento. La reseña que el miedo ocultó, y el atrevimiento devela, 54 años después. Es la intimidad con categoría histórica, un desfile de personajes y situaciones, con la contundencia de la sinceridad. Primero la niñez, los privilegios, esa estampa urbana inocente. Viajes, aventuras, la viñeta familiar, el mundo idílico que aspira esconder el horror. Opción que permitió a muchos, durante la tiranía, respirar y proteger la prole, como comenta Michael Dobbs, en la Biografía de Madeline Albright. Por eso, en la casa Vega Boyrie, no se mencionaba el “jefe”.
El hijo del embajador Vega Batlle, aprendió en un colegio inglés, el apego a la puntualidad, al rigor académico y a la ética, también comprobó la secuela de la posguerra en sus condiscípulos. Lejos de Oliver Twist, pero con efectos lacerantes. El primo rico de América, para sus parientes franceses, cibaeño para los capitaleños, lucía cosmopolita en la escuela de Ciudad Trujillo, porque había estado en lugares que la geografía enseñaba.
Descubrió quién era Trujillo, en el año 1956. Su profesor de Ciencias Políticas- Wharton, Pensilvania- preguntó la diferencia entre democracia y dictadura y un estudiante mencionó a Trujillo. Regresa al país- 1959- con un título desconocido. Ni profanos ni eruditos sabían para qué servía un economista. Un exequátur lo convierte en CPA y el título le permite trabajar y vivir la fiereza del trujillato agónico, en el campamento de la Alcoa. Con sus dos hermanos exiliados, su padre sin la influencia de otrora, resistió en aquel Macondo fronterizo. Prefirió el destierro de galipotes y langostas, bauxita y prostíbulos, caracoles y sospechas, periódicos tardíos y remuneración en dólares, a la burocracia del régimen. Se convirtió en el vigía de Cabo Rojo. Recortaba periódicos y comentaba, con asustada grafía, las noticias. Ahora presenta aquello y suma su relato genealógico. El texto atrapa. Describe episodios de periodos fascinantes de nuestra historia. El detalle, la estrofa austera, con lances de sarcasmo. La evocación y cotejo de pruebas para validar o desmentir hechos. La sociología de la cotidianidad, están en el primer tomo de las Memorias de Bernardo Vega Boyrie. Diferente a su Diario de una Misión, aunque pudo ser prolegómeno de un estilo.
Es un muchacho que escribe. Entonces no era el que es, pero comenzaba a ser el que ha sido. Transmite emociones sin metáforas. Tenaz, osado, obsesionado con un trabajo en el Banco Central para aplicar los conocimientos adquiridos. Pionero. Después del 30 de mayo, intuye que comienza una etapa diferente y sabe que tiene su lugar asegurado. Sus propuestas son ponderadas. Participa en el despertar dominicano. Su formación como economista le permitía incidir. A los 24 años expone en la reunión del Consejo Económico y Social de la OEA- México-. El “empleado público y sin patrimonio”, trabajaba en la Corporación de Fomento Industrial, luego de diseñar un Plan Nacional de Desarrollo Financiero mientras laboraba en la Secretaría de Finanzas y proponer, para asombro de sus pares, el pago de impuestos. Comenta la violencia, la “destrujillización”, el hallazgo de cadáveres, el recuento de desaparecidos, la influencia de EUA, la encuesta de la CIA, las huelgas, el talante de aquellos que comenzaban a despuntar, la campaña electoral. Las veleidades y falencias del liderazgo criollo. Ese trajinar torpe y ruin que se reedita de manera interminable.
Gracias a sus “fast forward”, las bellaquerías contemporáneas están expuestas. Una ternura insospechada asoma cuando menciona a su madre, alude la soledad del padre y esboza su preocupación por el destino de sus hermanos. Cuando insinúa la protección que recibe de la parentela femenina, también cuando confiesa estar enamorado. Conmueve el homenaje a Chabela Barrera, paradigma de esa crujía de gente de primera, con ojos azules y mantelería zurcida, que enfrenta la miseria con una dignidad que espanta. Aquel muchacho, que hoy exhibe el vigor de una madurez envidiable, autor de 34 libros, es peligroso, su memoria de historiador no acepta trabas ni complace peticiones.

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