Anexión: Duarte en pie de lucha

<STRONG>Anexión: Duarte en pie de lucha</STRONG>

La anexión de la República a España encendió de nuevo el fuego revolucionario en Juan Pablo Duarte.

Por segunda vez, la causa de la Independencia movió sus resortes internos como ninguna otra cosa, volvió a ser el eje de su vida, y terminó su aislamiento político para entregarse a la misión de restaurar la nación.

Hacía doce meses que el hecho se había consumado cuando Duarte se enteró. Tenía 49 años, y la vida errante lo había debilitado y envejecido aceleradamente.
A las remotas sabanas de Apure, Venezuela, le escribieron sus hermanos, en abril de 1862, “con la infausta nueva” de la anexión y el fusilamiento de Francisco del Rosario  Sánchez, tras su entrada a territorio dominicano con una expedición libertadora.

Con esa sacudida cobró nueva vida. El Duarte que miraba “el mundo desierto”, y se veía “en vida muerto”, dejó de quejarse del destino.
 En pie de lucha, sus versos cambiaron para reflejar al guerrero con propósito.

Quisqueyanos sonó
ya la hora
De vengar tantos siglos
de ultraje
Y el que a Dios y
a su patria desdora
Que en oprobio y
baldón se amortaje
No más cruz que la
 quisqueyana
Que da honor y placer
 llevarla;
Pero el vil que prefiera
la hispana
Que se vaya al sepulcro
a ostentarla.

A Santana le dedicó estrofas que ni las amarguras del exilio le habían provocado:
 
Ingrato, Hincha es tu suelo
Que producir no ha sabido
Sino un traidor fementido.

Con la cabeza llena de cantos de guerra marchó a Caracas para organizar una expedición libertadora. En agosto estaba entre sus familiares, escuchando de boca de Vicente doce años de historia perdida en la vida nómada.

Vida con decoro.  El Libertador dominicano no había sido olvidado. Su presencia en Caracas alarmó a los españoles, quienes trataron de seducirlo con propuestas veladas de hacerlo Capitán General de Santo Domingo para sacar a su familia de la pobreza.

Pero los sinsabores no habían quebrado sus valores. Su decoro y patriotismo brillaron con igual intensidad en el ocaso de su vida.

“Los sufrimientos de mis queridos hermanos me eran sumamente sensibles, pero mucho más doloroso era ver que el fruto de tantos sacrificios… era la pérdida de esa patria tan cara a mi corazón y por cuya tranquilidad gustoso me inmolara”.
En lugar de la opulencia que lo degradaba, aceptó “con júbilo la copa de cicuta que sabía me aguardaba el día que mis conciudadanos consideraran que mis servicios no les eran necesarios.…”

“Me bastaba ver libre, feliz, mi ínsula  y me dispuse a coadyuvar con todos mis esfuerzos a la redención de la patria”.

Como otras veces, Juan Pablo antepuso la misión patriótica a  sus necesidades personales. Declinó un cargo en el gobierno venezolano que conllevaba renunciar a la causa y a su ciudadanía.

Al amigo que se lo ofreció, Elías Acosta, tuvo que venderle sus libros de geografía, para sostenerse precariamente en Caracas.

Acosta, ministro de lo Interior, prometió ayudar la expedición, pero poco después renunció al puesto.

Perdida esa esperanza, Duarte siguió tocando puertas, estimulado por el júbilo que expresaron los dominicanos al enterarse que luchaba por la restauración.

Trabajo sin desmayo.  La tarea de conseguir recursos resultó difícil porque Venezuela enfrentaba su propia contienda civil.

Las posibilidades mejoraron en 1863 al cesar la guerra, cuando el consejero de Estado Blas Bruzual ofreció introducirlo al nuevo presidente Juan Crisóstomo Falcón.

Quedó esperando, “devorado por la impaciencia” hasta que visitó al mandatario, pero las cosas no pasaron de “esperanzas halagüeñas”.

El año volaba precipitando los acontecimientos en territorio dominicano. La guerra restauradora estalló en agosto en Guayubín, y Duarte lo supo con dos meses de retraso.

No pudo reunir fondos para enviar una avanzada que contactar a los jefes del movimiento, pero agilizó sus preparativos con ayuda de dominicanos que llegaron de Curazao.

El grupo. Con esos seguidores, resurgió el organizador de viejos tiempos. Duarte articuló un Estado Mayor, nombró a Francisco Saviñón coronel y agente de negocios en las Antillas.

A Mariano Cestero y a Esteban Aybar Valencia los hizo segundos comandantes. Al capitán Manuel Rodríguez Objío, coronel y  secretario personal. Paralelamente, organizó un servicio de espionaje, cuya red de agentes operaba en Caracas y Curazao.

A estos compañeros de lucha no les ofreció posiciones o ventajas, ni les predicó villas y castillas. Sólo les habló de sacrificios, de entrega y de renuncias por una “santa causa”.

El patricio estaba “al pie de la montaña en el valle de la perseverancia”, como decían sus oficios.

Fondos.  Junto a Rodríguez Objío, logró que el general Manuel Bruzual, sobrino del consejero de Estado, consiguiera de Falcón una contribución de mil pesos. La causa necesitaba más que eso.

Una vez más, Juan Pablo Duarte apeló al patrimonio familiar para la independencia dominicana. Vendió una pequeña casa, dinero que ingresó al fondo de la expedición urgida de armas, pertrechos  y dinero.

Con espías españoles pisándole los talones, salió de Caracas el primero de marzo junto a Vicente Celestino, su tío Mariano y Rodríguez Objío, hasta el puerto La Guaira, donde recogió al venezolano Candelario Oquendo.

De ahí embarcaron para las Islas Turcas en una goleta fletada, perseguidos por un vapor español hasta que llegaron al territorio inglés. Luego pasaron a Cabo Haitiano, y en este punto consiguieron el bote de velas de un “liberal español” que los condujo al destino final.

Quebrantado por el viaje agotador, Duarte  volvió a pisar suelo dominicano por las playas de Monte Cristi el 25 de marzo de 1864.

Los Valores

1. Patriotismo

Duarte es el arquetipo nacional del patriota. No sólo por haber fundado la nación, sino por la incansable dedicación con la que se entregó a hacer realidad su ideal, como si fuera una responsabilidad personal, y la tozuda firmeza con la que la defendió en la variedad de traicioneras, peligrosas y cambiantes circunstancias en que su entereza se puso a prueba.

2. El patriotismo de hoy
En la actualidad podemos honrar al país de múltiples maneras: –Aprendiendo nuestra historia para sacar lecciones, y no repetir sus penosos episodios. –Trabajando en pos del desarrollo con las ideas sociales y políticas de los pensadores dominicanos, hijas de nuestras experiencias. –Practicando la reflexión personal para conocernos y entender mejor a los demás.  –Renovando nuestro entorno físico.  -Protegiendo el medio natural. –Optando por estilos de vida compatibles con la salud de nuestra tierra y de todo el planeta .

3. Decoro
 Antes de exigir a los demás, debemos vivir personalmente los valores igual que JPD, quien exhibió el decoro de una multitud. Vivir con decoro es cumplir obligaciones, cuidar los bienes propios y ajenos, ser discretos, evitar la propagación de rumores dañinos a otros.  Decoro es también calidad de vida basada en el bienestar sicológico, en la salud, la educación, la robustez comunitaria.

Publicaciones Relacionadas