El Informe sobre el Desarrollo Humano para 2011 elaborado por el Programa de Naciones Unidas para Desarrollo (PNUD) midiendo el nivel de las naciones del mundo mediante Indices de Desarrollo Humano (IDH) demuestra que nuestra nación se ha congelado en el mejoramiento de sus condiciones de vida compatibilizado con el crecimiento económico impreso durante las administraciones reformistas.
El IDH a 1996, último año de administración reformista, se situaba en 0.701 mientras que para 2011 se situó más bajo: 0.689. Si bien mediciones recientes incorporan nuevos criterios que llevan a compararlos cuidadosamente con años anteriores, nuestro desarrollo humano se ha deteriorado, estancado o mejorado timidísimamente, teniendo en cuenta que nuestra economía es hoy tres veces superior a la de 1996 medida por el PBI en US$.
(El concepto de desarrollo humano mide, además de variables económicas – producción, ingreso y su distribución – otras vinculadas a la diversidad de necesidades del ser humano como educación, salud, disponibilidad de servicios, sostenibilidad ambiental, libertades, etc.).
Eso significa, en términos políticos, que los gobiernos que sucedieron al reformismo no imprimieron mejorías significativas en condiciones, niveles o calidad de vida en sintonía con el crecimiento económico. Que valieron poco retóricas discursivas enarboladas: Nuevo Camino, poner en alto el nombre del país, abrir ventanas, apertura y globalización, reformas y modernización, estabilidad macroeconómica; y programas paradigmáticos como capitalización de empresas públicas, atracción de capitales foráneos, PEME, subsidios sociales, etc. Por supuesto que ese resultado social es consecuencias de praxis gubernamentales. De gastos excesivos e inadecuados, poco incidentes en la sanidad de la economía y en su distribución. De excesivas tributaciones supuestamente para financiarlos para terminar en endeudamientos atraídos por altos intereses que desalientan la producción; dando por resultado otro mal adicional a la congelación del mejoramiento humano: El mayor endeudamiento público – US$22 800 millones, incluyendo US$6800 millones del Banco Central – seis veces el nivel de 1996, incrementándose al ritmo de 6 millones de dólares por cada día laborable y cargando sobre cada dominicano US$1,620, la tercera parte de lo que produce cada uno.
Estamos pues, congelados socialmente desde 1996 y más endeudados, a pesar del crecimiento económico; situación que aguijonea para insistir, tenazmente, en la implantación de políticas gubernamentales al estilo reformista.
Tenazmente, a pesar de los empeños de quienes pretenden endosar el patrimonio reformista sustentado en sus ejecutorias a quienes han aplicado políticas interruptoras del progresivo mejoramiento humano. Apelamos a esa tenacidad mientras existan posibilidades, por remotas que sean, hasta el último momento, procurando que el gobierno que conducirá la nación a partir de agosto recurra a las praxis reformistas que mejoraron las condiciones humanas de nuestra población.