Calidad de vida e inmigración

Calidad de vida e inmigración

JOSE R. MARTINEZ BURGOS
Existe sin dudas, el concepto de calidad de vida, generalmente sujeto, a veces, a una dosis más o menos alta de subjetividad, por tanto cualquier intento de cuantificar el nivel de satisfacción de los ciudadanos, choca con varias y diversas dificultades.

Todos, pensamos que la renta disponible es el patrón para medir o establecer el grado mayor o menor de felicidad a que somos acreedores, pero nos damos fácilmente cuenta, que las personas son más dichosas y por tanto viven mejor en aquellas sociedades cuya riqueza material es menor o mejor dicho inferior a otras, donde la población se siente menos contenta con circunstancias en que desempeñan sus diarias actividades.

Pero existe, por ejemplo en nuestro país, serias situaciones que perturban el acontecer diario, que en las clases más marginadas y las pudientes, crean inquietudes como es el caso de salud pública, la educación y el alto porcentaje de haitianos que invade todos los ambientes, ese fantasma recorre todo el territorio nacional, y pensar que ni con políticas xenófobas, ni demagógicas, puede resolverse este agudo problema, que existe desde los orígenes de nuestra nación y que los dictadorzuelos que nos hemos gastado y que han gobernado al país con fines privados, por el contrario han creado el clima para que el hambre nuestra y la de nuestros vecinos, destruyan la paz a que tenemos derecho, olvidarnos que todos hemos sido o somos venideros de emigrantes.

Las leyes para controlar la inmigración son necesarias, pero deben tener en cuenta, que los que aquí vienen no son una simple mercancía, sino seres humanos, aún cuando éstos aminoren nuestra calidad de vida.

Si queremos evitar, porque eliminar es imposible, el deterioro de nuestra sociedad, debemos comprender la gravedad del problema, sin análisis esquemáticos ni oportunismo político. Estamos inmersos en una realidad y el tiempo cae sobre nuestras conciencias. No podemos acoger a todos los haitianos que cruzan ilegalmente la frontera y buscan ser acogidos en nuestro país, pero tampoco tenemos los recursos para recibir a unos y otros. No se trata de cerrar la línea fronteriza aprovechando determinadas coyunturas, sino de ayudar a nuestros vecinos, para que sobre su territorio, dentro de determinadas normas éticas, se conjuguen los desatinos de sus gobernantes lo que puede hacerse bajo la supervisión de aquellas naciones, que se dicen amigas de Haití: Francia, Estados Unidos, Canadá y demás países que componen la OEA, deben asistir económicamente a Haití, y además tratar de recomponer esa nación, porque es injusto que varios millones de seres humanos apenas tengan para sobrevivir. República Dominicana no puede seguir soportando el fardo de los errores de los haitianos, pero, lamentablemente no puede ser indiferente ante la tragedia que vive esa nación, pero tampoco puede quedarse de brazos cruzados ante la inminente invasión pacífica de sus ciudadanos, que con sus prácticas religiosas, sus enfermedades, su idioma, sus costumbres y su cultura, vienen corrompiendo la vida de los dominicanos, aún cuando la igualdad sea una conquista de la civilización, ésta no puede imponerse, pero tampoco se puede aceptar una moral o religión que vaya contra ella.

El respeto mutuo debe estar abierto a todos los ciudadanos, dentro de las normas ya establecidas, y que no se establezcan guetos, aunque se respeten los derechos humanos.

No podemos seguir vendiendo la imagen en los centros turísticos, que sean haitianos los meseros, los chef, etc. que ni el español saben hablar. Tampoco puede verse con indiferencia, que médicos haitianos sean quienes reciben en consultas a los pacientes, ni tampoco que la industria de la construcción esté casi en su totalidad en manos de obreros haitianos incapacitados e irresponsables y que poco a poco en nuestros centros de trabajo sólo se hable patois ó creole ó se maltrate irreverentemente nuestro idioma.

¡Por Dios! Unámonos en cruzada para rescatar nuestra identidad perdida y que nuestros pintores eleven su voz de protesta ante la venta de malos cuadros como si fueran obras de nuestros artistas.

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