–Los políticos son como los aguacates; unos son “sebosos”, otros son “aguanosos”; y todos, más resbaladizos que el jabón. Tienen cáscara gruesa; el color de la semilla no tiene nada que ver con el color de la cáscara. La propia semilla lleva una envoltura que la cubre, como si fuese una “ropa interior”. Por último, el pellejo se le despega fácilmente cuando están maduros. También son peligrosos. No es igual un “gollejo” de naranja que una semilla de aguacate. En los pleitos de niños en los mercados públicos, las semillas de aguacate son proyectiles capaces de producir “chichones” muy dolorosos.
–Nunca se sabe por dónde va a salir un político. Lo que dice, difícilmente coincide con lo que hace. Puede amagar y no dar; y, en algunos casos, dar duro sin amagar. Son suaves al presentarse y ásperos al despedirse. Como los aguacates, unas veces son nutritivos y otras resultan “indigestos”. Comer tres tajadas de aguacate induce “el sueño reparador”; comer en exceso la llamada “Persea Gratissima”, podría producirnos una “revoltura intestinal”. De los aguacates se dice que son afrodisíacos; y debe ser cierto; los políticos siempre mantienen varias “queridas”. Aguacate es una palabra de origen “náhuatl”; en México afirman que esa fruta tiene forma de escroto.
Todas la necedades que he transcrito hasta aquí, se exponen en las “sesiones tabernarias” de fin de semana. Viejos amigos se reúnen para drenar sus inconformidades frente a un buen vaso de whisky con hielo. Reír y “hablar disparates” evita visitas a los médicos; sobre todo a personas mayores de sesenta años. Y a medida que beben, se les suelta más la lengua. Entonces pasan del disparate risueño al acierto conceptual de precisión. -¿Han oído lo que ha propuesto la directora del Fondo Monetario Internacional?
–La señora Christine Lagarde piensa que para resolver el problema de las enormes deudas públicas contraídas por los políticos, es necesario “confiscar los ahorros privados”. –¿Es una señora grande con cara larga, que aparece en los periódicos? –Sí, esa misma. –De este modo, los bancos centrales no tendrían que acudir en auxilio de los gobiernos quebrados. Usarían los ahorros “del público” para compensar las deudas públicas. –Es una solución sebosa, aguanosa, puramente “aguacatal”.