ROSARIO ESPINAL
En agosto de 1994, mediante una reforma constitucional, se separaron las elecciones presidenciales de las congresionales-municipales. El principal argumento a favor del cambio fue que contribuiría a eliminar o reducir el arrastre electoral que se produce cuando la popularidad del candidato presidencial influye mucho en la victoria de los otros candidatos de su partido. Según los promotores de esta modificación, en elecciones conjuntas los congresistas deben su triunfo más a la popularidad del candidato presidencial que a sus propios méritos; mientras que, en comicios separados, los legisladores desarrollan su propio liderazgo y logran mayor independencia de sus partidos para legislar a favor de sus comunidades.
En este contexto argumentativo, la separación de elecciones se ha presentado como una conquista democrática y la unificación como retrógrada. Es lamentable porque ha impedido que sectores importantes de la opinión pública analicen con mayor objetividad el impacto de la separación de elecciones.
Desde 1994, he expresado mi oposición a que las elecciones se realicen en fechas diferentes. Considero que este sistema desacredita y debilita aún más la precaria democracia dominicana.
En diversos escritos he señalado las razones que sustentan mi posición. Aquí las resumo. Se produce un electoralismo constante que satura la población; se incurre en mayores gastos de campaña; los activistas políticos desarrollan una adicción electoral de constante agitación política porque los perdedores asumen que pueden volver rápidamente al poder; y el gobierno, a su vez, desplaza muchos recursos de la acción gubernamental al activismo electoral.
Además, cuando los comicios son separados se produce mayor abstención, porque, en general, la ciudadanía atribuye menos importancia a los cargos congresionales y municipales que al presidencial. En República Dominicana, por ejemplo, el promedio de abstención en las congresionales-municipales separadas del período 1998-2006 fue 46%, mientras que en las presidenciales del período 1978-2004, fue sólo 26%.
Por otra parte, las elecciones de medio término se convierten en un plebiscito de la gestión gubernamental antes de que el Presidente cumpla dos años en el poder. Ante la posibilidad de perder rápidamente, el partido gobernante hace lo indecible por ganar, incluso con el uso abusivo de los recursos públicos. Si pierde, queda muy debilitado para gobernar durante sus dos últimos años.
A pesar de haber formulado estas críticas, asumí como válido el argumento de que las elecciones separadas contribuyen a reducir el arrastre, tal cual señalan sus promotores. Pero incluso este planteamiento no se sostiene con los datos dominicanos.
Las elecciones congresionales de 2002 y 2006 fueron separadas de las presidenciales; sin embargo, en ambos casos, los congresos electos muestran una amplia representación en ambas cámaras del partido gobernante. Es decir, a pesar de la separación hubo mucho arrastre.
El PRD y el PLD, en el gobierno respectivamente, obtuvieron una representación en las cámaras igual o mayor que en todos los años del período 1978-1994, cuando las elecciones se celebraban conjuntamente. En el 2002, el PRD obtuvo 90% de las senadurías (el porcentaje más alto que un partido gobernante haya logrado desde 1978) y 48% de las diputaciones. Por su parte, en el 2006, el PLD obtuvo 69% de las senadurías y 54% de las diputaciones.
Esto quiere decir que ya sea por la popularidad del Gobierno, la incidencia del clientelismo, o ambas cosas a la vez, el partido en control del Ejecutivo en el 2002 y 2006, obtuvo la mayoría de las senadurías y una importante representación en las diputaciones, comparable con los niveles más altos del período en que las elecciones eran unificadas.
En el 2002, la popularidad del PRD y de Hipólito Mejía arrastró a los candidatos congresionales perredeístas. En el 2006, la popularidad de Leonel Fernández y el PLD arrastró a los candidatos peledeístas. El clientelismo fue una constante.
Esto demuestra que la separación de los comicios no garantiza que se elimine o disminuya el arrastre. En 1998 no hubo arrastre del gobernante PLD porque el opositor PRD, con una popularidad en rápido ascenso, arrasó en las congresionales-municipales de ese año.
El factor que más influye cuando los electores votan por los congresistas, ya sea en elecciones separadas o unificadas, es la popularidad del partido y/o del presidente. Los liderazgos locales se ven favorecidos por esa popularidad, y, sólo en casos especiales pueden los líderes locales sostener un apoyo mayoritario cuando sus partidos experimentan un descenso importante en popularidad.
Esta evidencia y su impacto en la conformación del Congreso deben tomarse en cuenta al evaluarse el sistema electoral dominicano actual, y ojalá que los defensores de la separación de elecciones se despojen de algunos mitos para que sopesen más objetivamente los efectos negativos de este sistema.
La separación de elecciones no es necesariamente una conquista democrática porque tiende a beneficiar más a los activistas políticos que a la población. Una constante agitación electoral no se traduce en mejor gobierno.