Contigo estoy muy bien y sin ti también

Contigo estoy muy bien y sin ti también

“Es la plenitud lo que hace que una relación funcione, no los vacíos”.

Bárbara De Angelis

Hace 15 años, una pareja con la que había compartido importantes tramos de mi camino me dijo que la relación no le funcionaba, y que no deseaba continuarla. Por aquel tiempo, tenía poco de graduada como terapeuta en constelaciones familiares. 

Buscando darle un buen lugar a lo que me ocurría, ofrecí un taller llamado “contigo estoy muy bien, y sin ti también”, para compartir con otros lo que me había funcionado para seguir adelante, sintiéndome tan bien como cuando estaba con él.

Por 10 años, ofrecí el taller en el mes de febrero. Luego, lo transformé en un programa más amplio, un camino de transformación desde el amor, al que llamé “Love Vision”, en el que comparto herramientas para sanar todas las relaciones en 120 días o menos. Esta vez, escogí compartir las ideas principales que sostienen la mirada circular de las relaciones. Eso es lo que encontrarás en estas líneas.

Empecemos con la mente dual, la llamada mente programada o ego, que consiste en un sistema de pensamientos que nos separa del amor. En una relación, el ego siempre cree que tiene que hacer algo: quedarse, irse, manejarse de una manera o de otra, intentar conseguir unos resultados u otros, definir y etiquetar lo que ocurre como serio o pasajero, etc. 

Sin amor, convertimos al dolor en un severo maestro, que buscará situaciones y relaciones que nos lastimen de forma repetida, hasta que logremos recuperar la cordura. El pensamiento dual nos da una interpretación del mundo en la que tú y yo estamos separados. Como ambos necesitamos cosas para seguir con vida, en vez de colaborar ¡competimos!. De este modo, activamos pensamientos de miedo, escasez, defensa,ataque, juicios y culpa.

La dualidad, en la que el ego opera, se basa en la percepción. ¿Cómo confiar en lo que nos muestran los sentidos? La ciencia nos demuestra que lo que percibimos varía según nuestro estado de ánimo, condición física, emocional y mental. El gran desacierto lo expresa con claridad el filósofo Immanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes de la modernidad, al decir que “no vemos las cosas como son, sino como somos”. 

Vemos proyectadas en el mundo las imágenes de lo que creemos de nosotros mismos. Como la mayoría de las personas operan desde la mente subconsciente, el programa se activa tomando información del pasado: lealtades familiares, experiencias dolorosas, partes de la psique no integradas y aspectos de la personalidad reprimidos. 

En la realidad dual, el sufrimiento y el sacrificio acompañan a todas las relaciones. Como hasta Dios está separado de nosotros, debemos hacer muchas cosas para merecer un poquito de lo bueno. En este sistema es impensable creer que podemos recibir todo a cambio de nada. Se basa en pecado-culpa-castigo y la muerte es el final de todo. 

El ego nos lleva a creer que el mundo material, en general, tiene algún tipo de poder para crear situaciones que no podemos controlar ni modificar y que la mente es un producto del cuerpo. Actuamos desde la dificultad o la fuerza, y como creemos que es difícil recibir ayuda desinteresada, inconscientemente pensamos que es mejor hacer todo solos. 

Este camino es solitario y agotadoramente desesperanzador. Ya que el miedo nunca nos abandona, terminamos convirtiéndolo en nuestra mejor compañía. Creyendo que el ataque puede ahuyentar el peligro, justificamos la defensa para mantenernos alejados de la confianza en los demás.

En cambio, la no dualidad se basa en el conocimiento. La visión proviene del Espíritu. Todo lo que es, tiene derecho a ser y a ocupar un lugar, por lo que no hay contradicciones. En este sistema de pensamiento, pasamos de la conciencia a la consciencia, de la realidad que ilusoriamente nos muestran los sentidos a la unidad en la que todos somos Uno en el Amor que nos creó. 

El pensamiento no dualista nos lleva a ser conscientes de que los demás son el espejo en que vemos cómo nos tratamos a nosotros mismos. Mientras en la dualidad las emociones son perturbaciones indeseadas, aquí se convierten en recursos para saber en dónde estamos. En vez de reprimir o ignorar lo que sentimos, observamos la emoción que surge de modo neutral, sin identificarnos. 

Lo que vemos por vía de los demás, es lo que en realidad necesitamos ver y aprender, para darle un buen lugar en nosotros mismos. Atraemos con nuestros pensamientos las relaciones y acontecimientos que experimentamos. Esta visión nos ofrece paz en temas que desde la vision tradicional nos provocan mucha angustia, como son la salud, el dinero, el amor y las relaciones. En la no dualidad todo está conectado.

Un Curso de Milagros (UCDM) dice: “Tus acciones son resultado de tus pensamientos. No puedes separarte de la verdad otorgándole autonomía al comportamiento”. Esta forma de percibir la vida, que cada vez comparten más personas, es la que he ido incorporando en las últimas dos décadas, especialmente en los 5 años que tengo creando programas para el despertar y expansión de la consciencia en Mezcla, la escuela de sabidurías ancestrales que dirijo.

En la mente no dual, la observación clara que acontece cuando estamos presentes es crucial, ya que el observador sabe que puede modificar lo observado cambiando el pensamiento y la emoción que experimenta. Dejamos el victimismo, para convertirnos en adultos responsables de nuestras acciones. Ante algo que nos desafía a crecer, nos preguntamos ¿qué parte de mí eligió vivir esto de este modo? 

Rumi, el célebre poeta místico musulmán​​ del S.XIII, dice que “todos los vasos se vacían en una sola jarra”. El sabio persa continua amplia esta idea al afirmar que “el que es alabado es, de hecho, solamente Uno”. En este sentido “todas las relaciones están dirigidas hacia la luz de Dios”. ¿No te parece una bella idea?

Entonces, ¿cuál es el propósito de la relación con otro? La respuesta que demos nos dirá si el motivo por el que nos relacionamos es para llenar un vacío, para sanar y recordar que somos amor, o para extender el amor que ya sabemos que somos. En realidad, el propósito de una relación siempre es conducirnos a crecer, evolucionar y sanar los pensamientos que hemos usado para separarnos del amor.

¿Te ha pasado que vas a un lugar y todos los semáforos están verdes? ¿Te ha pasado que todos están rojos?, ¿Te has fijado que parte de ti se alegra de ir dónde vas?,¿qué parte se opone? Este fin de semana, Chiqui, una amiga muy querida me invitó a pasar el fin de semana en una hermosa villa en la playa. Como conozco el lugar, y me encanta, me emocioné y hice todo para ir. Sin embargo, una parte de mí pensaba que debía quedarme en casa para garantizar que una charla que iba a hacer el viernes quedara bien.

Mis temores fueron confirmados. En el lugar había una avería y no tenían disponible el servicio de internet. Como estaba transmitiendo con la señal de mi teléfono móvil, la conexión era inestable y algunas personas no me oían. Cuando logré darme cuenta que la contradicción interna que tenía de transmitir desde allá, la había proyectado en forma de dificultades para conectarme con la audiencia y lo comuniqué, ¡todo empezó a fluir!

Con las relaciones es igual. ¿Qué tienen en común tus relaciones? ¿qué fuerza te guía a encontrarte con el otro?, ¿cuál fuerza te aleja? En sentido general, la relación con los demás (especialmente la pareja) nos puede mostrar 3 cosas:

1.-Creencias que tenemos de nosotros mismos; por ejemplo, “no soy suficiente”, “no valgo”, “no soy importante”, etc.

2.-Partes no integradas; en este caso atraemos lo que nos “falta”. Se expresa en polaridades como tímido vs. extrovertido, manirroto vs. tacaño, libre vs. Dependiente, etc.

3.-Integrar la relación con papi y mami; los niños aprenden por imitación, ¡por eso repiten! Cuando hay juicios hacia los progenitores (da igual si son positivos o negativos), solemos buscar lo que nos resulta “familiar”. Del juicio a los padres se deriva la invitación a lograr 3 lecciones:

a) Aceptarnos exactamente como somos   

b) Hacernos responsables de nuestras vidas

c) Atraer alguien con quien podamos experimentar el valor y aprecio hacia nosotros mismos.

La presencia de una persona en nuestra vida no debe ser usada para continuar auto-engañándonos, sino para seguir sanando. En este sentido, perdonar (nos)es sumamente útil. El perdón es un acto de amor hacia nosotros mismos que nos deja libre de juicios. 

Cuando detenemos la sentencia a los demás pueden pasar dos cosas:

1) Que la relación se rompa, permitiéndonos pasar a otra lección con otra persona, ya que la que nos vinculaba ya fue aprendida. 

2) Que la persona sea transformada por la nueva mirada que surge desde el amor, que nos permite verla y asentirla tal cual es, sin el anhelo infantil de que nos haga felices.La autora norteamericana Marianne Williamson afirma que “tenemos la misión de armonizar la mente mortal con la Mente Divina, pues el miedo puede apegarse a la materia mortal, pero no a la Divinidad”. La conferencista y maestra de UCDM dice que “cuando invocamos al Espíritu Santo, no estamos apelando a un poder externo a nosotros”.

Según Williamson, en realidad “estamos apelando a una fuerza que mora en nuestro interior”. Para ella, el “Espíritu es la perfección que impregna todas las cosas, tanto para protegerlas del caos como para restaurar la armonía una vez que el desorden se ha manifestado”. 

Dios es sabiduría y amor y habita dentro de nosotros. A esta parte del ser, UCDM la llama Espíritu Santo. Ya que esta es la parte nuestra que aún recuerda el amor del origen, la propuesta del libro es invitar a esta sabiduría interior a ser parte de las relaciones que sostenemos. 

Las relaciones no vienen a nuestra vida para estar tranquilos, sentirnos amados o darnos felicidad. Estos son estereotipos del sistema de pensamiento del ego, alimentados por el amor romántico que busca una relación “especial”, que nos devuelva lo que damos. “Yo solo te amo a ti y necesito que tú me ames a mí para ser feliz.

No hay nada que hacer, solo estar atentos a aquello que pasa en nuestro interior mientras la relación se desarrolla, especialmente los juicios e intentos mentales de etiquetarla como buena o mala, conveniente o inconveniente, justa o injusta, superficial o profunda, etc.

Generalmente, lo que sucede es que en vez de mirar los miedos e invitar como maestro al amor del Espíritu Santo, decimos, “no soy compatible con esta persona” y la soltamos.

Las relaciones nos muestran aquello que debemos sanar. Forzar lo que es, para imponer el pensamiento egoico, nos mantiene repitiendo la proyección del mismo guión con diferentes personas, hasta que aprendamos la lección de perdón que dejamos pendiente.

El Espíritu Santo disuelve el miedo a mirar los miedos, y nos guía a estar abiertos a lo que una relación nos pueda brindar. Así, confiamos en que estamos donde debemos estar, en la compañía que requerimos para el siguiente nivel en nuestra relación con Dios.

Si no invitamos al Espíritu Santo para que remueva todo sentido de especialísimo, el pensamiento/sentimiento de que la relación debe ser de una determinada manera termina con ella. Claro, hacer la llamada no tiene la finalidad de que la relación dure. Podría ser que sea para toda la vida o no. Lo importantes es que nos mantendremos vinculados en el amor que nos creó. 

Dice el curso que el “Espíritu Santo” no quiere privarnos de las “relaciones especiales”, sino “transformarlas” La función del Espíritu Santo es disolver el miedo que tenemos de ser vulnerables. Su energía nos abre el corazón hacia todo y todos, rescatando la confianza en el amor y nos devuelve la certeza de que la única relación que sostenemos es con Dios. Vivir desde este lugar nos brinda una paz insondable.

Como toda relación ofrece oportunidades para sanar, todas son “perfectas”. Entonces, podemos dejar ir con gratitud a quien va hacia su siguiente lección, sabiendo que la separación es una ilusión fabricada por el ego podemos expresar serenamente: “contigo estoy muy bien, y sin ti también”. Todas las relaciones son en realidad el espejo para ver el amor que entregamos a nuestro Ser (Dios).La función de las relaciones es guiarnos a sanar la culpa que nos provoca la separación. Mientras, logramos despertar del sueño que hemos creado, solo observamos las resistencias y juicios que se disparan en nuestra mente dual cuando nos relacionamos, volvemos a perdonar (nos) y regresamos al amor.

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