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BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Dada mi estatura, papá tuvo que gestionar una “Cédula de menores” para que pudiera andar por las calles sin ser apresado por patrullas de la guardia durante la tiranía de Trujillo. Polo, el inolvidable coime, nunca me dejó entrar al billar de la calle Jaime Mota hasta que llevé mi Cédula de Identificación Personal y la arrojé teatralmente sobre una de las mesas mientras era aplaudido por los presentes.

“El hijito de Gautreaux”, comentó una persona, “ya es un hombre. Ahora le falta ir a Los Guasos.

Hacerse hombre en la Barahona de mis tiempos implicaba tener derecho a entrar a un salón de billar e ir a la zona de tolerancia de Los Guasos, donde bailaban mujeres cuyos pasos rítmicos y acompasados pocas veces he vuelto a ver.

Eran los tiempos de Kiko Mendive, El Anacobero Daniel Santos, Jesús Faneytte, el cantantazo José Manuel Lope Balaguer, Lucho Gatica, René Cabell y paro de contar. ¿Orquestas? La Super Orquesta San José, la orquesta del maestro Luis Alberti, la orquesta de los hermanos Pérez, la Melódica. Era, en fin, el tiempo de Guitarra Bohemia, “que tan fiel ha sido,/vibra con gran sentimiento/ cuando es para ti,/y su cordaje encantado”, del maestro Juan Lockward, inspirado poeta y mago de la media voz.

Era agradable hacerse hombre, visitar y jugar el billar e ir a los clubes nocturnos, donde trabajaban las “pobrecitas golondrinas/que caminan por los mares/del champán y del dolor”,

“Quién pudiera a ti salvarte/avecilla trashumante/peregrina sin amor”, como escribiera ese otro grande de la composición musical que se llama Bienvenido Brens.

Entonces a ningún muchacho se le despachaba una botella de ron o de cerveza en un sitio público, y a un amigo que pidió candela para encender un cigarrillo un señor de edad le invitó a que lo encendiera cuando alcanzara el cigarrillo que se colocó encima de la cabeza. El señor no tuvo que decirle que no; Manelo no alcanzó el cigarrillo.

Andaba entonces por los teatros del país un santiaguero a quien nombraban Minicuchi o Menicucci que tragaba huevos con cáscaras, trozos de vidrio y vaciaba un litro de ron de un solo trago, hasta el día que se le reventó el alma y murió en plena actuación, según se dijo por esos tiempos.

¿A quién carajo se le ocurrió hacer un concurso cuyo ganador era quien tomara más tragos de tequila en menos tiempo?

¿Cuántos presos hay por el intento de homicidio?

Sigan consintiendo barbaridades así, por esas permisividades y cobardías, por esa falta de autoridad de padres, maestros y gobiernos, de todos los gobiernos; estamos al borde del abismo. Como dominicano de mis tiempos he bebido muchos tragos, siempre en casa de parientes, amigos o en mi propia casa, las más de las veces de noche, sin llegar a la inconsciencia.

He tenido medida para los tragos y también fuerza de voluntad para no envilecerme. Todo es bueno y todo es malo. El problema fundamental es saber hacer lo que uno quiere, sin excesos, con controles.

¿Es que se puede hacer cualquier cosa en un lugar público? ¿Cuándo es el próximo concurso?,  ¿será de ruleta rusa? ¿Cuántos morirán?

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