La gente tiene en estos tiempos motivaciones valederas para preocuparse, para sentirse insegura.
La frecuencia de actos de violencia y criminalidad ha aumentado de manera notable y los autores de estos hechos han demostrado con demasía su desprecio por la vida humana.
Ha crecido la presión sobre las autoridades represivas, particularmente la Policía Nacional, cuyos servicios preventivos y represivos son cada vez más demandados.
El conjunto de actos violentos no sólo se refiere a homicidios, atracos, asaltos y violaciones.
Hay que incluir en el paquete las refriegas entre bandas que se disputan puntos de drogas, que han causado derramamiento de sangre y terror en barrios populosos como Herrera y la difícil de manejar violencia de género.
La Policía ha estado haciendo su papel y para ello ha recibido un apoyo determinante por parte del Gobierno, en materia de equipos y logística.
Pero es probable que la Policía requiera más hombres, de manera que su presencia en las calles sea más abundante y disuasiva.
-II-
Es probable que el número actual de policías esté por debajo de lo aconsejable para una densidad demográfica como la de nuestro país.
Recientemente se propuso traspasar diez mil hombres de los institutos castrenses a la Policía Nacional.
Esa parecería una buena opción para aumentar el número de policías sin sobrecargar la nómina pública, pues todo se resolvería con transferencias de fondos.
Un mayor número de policías permitiría afianzar el Programa de Seguridad Democrática y su dispositivo Barrio Seguro, llevando este último a sectores en los cuales es mayor la inseguridad.
Definitivamente, hay que tomar medidas que permitan contrarrestar la ofensiva criminal y mantenerla en niveles menos tormentosos para esta sociedad que, por cierto, debe colaborar más en esta tarea, denunciando a los antisociales y sus actos.
Desde luego, todo esto sin olvidarnos de la necesidad de ir eliminando los factores sociales, económicos y familiares que han generado toda esta descomposición.