CRÍTICA
Reflexiones sin importancia

CRÍTICA<BR>Reflexiones sin importancia

POR LEÓN DAVID
Me incluyo en el número de esos excéntricos especímenes de la raza humana chapados a la antigua que persisten, con apasionamiento digno de mejor causa, en rendir parias a la belleza.

Por donde el camino me conduce la rastreo, la persigo, la acoso y -¿por qué habría de solaparlo?-, cualquiera sea el lugar al que mis pasos me llevan, no deja esa caprichosa dama misteriosa de manifestarse, feliz y encontradiza, en alguno de sus incontables atuendos memorables.

Dificulto que pueda la espiritualidad florecer en la humana criatura con más inconcuso esplendor que cuando se revela nuestra alma capaz de alzarse, escapando durante breve lapso de la grisalla de una vida regida por intereses de orden práctico, al inmarcesible recinto de cristal en el que hospeda la hermosura…, que lo bello –si curo del dictamen de la experiencia- no consiente presentarse ante los ojos de sus empecinados devotos como mera cuestión de estética buena tan solo para el debate intelectual; ni se contrae, por mucho que prodigue caricias en su regazo, al ámbito cautivador de la creación artística.

 Me afinco en la certidumbre de que la belleza, no importa cual sea el estilo de época o de temperamento individual a que responda, convoca la parte más sustancial, íntima y genuina de nuestra humana condición. Poseer la facultad de admirar el esplendor de las formas es ser, en el sentido más cabal de la palabra, mujer u hombre. No concibo relacionarme de manera satisfactoria con nada ni con nadie si la vivencia de lo bello –esa intangible, enigmática, casi indefinible realidad- no está presente. Y para que esté presente basta con que la deje fluir del fondo de mí mismo.

No es otra la razón de que me arrime jubiloso a la poesía; y la poesía, con su tesoro siempre renovado de verde y tibia savia no sólo impregna cada una de mis palabras, sino que se adhiere con la tenacidad con que abraza el musgo la piedra húmeda al variado conjunto de manifestaciones del milagro de mi propio existir… Sin belleza no hay virtud.. Sin belleza la naturaleza humana se degrada por modo irremediable. Lo bello me reclama porque no puedo vivir sin nobleza y dignidad, y sólo allí, en su diáfana compañía aciertan a plasmar los valores irrenunciables de la criatura humana. La hermosura no será nunca algo vano, externo ni ostentoso.  Constituye, muy por el contrario, y de ello nadie conseguirá desmentirme, la más significativa dimensión existencial del hombre. Pues es el hombre fin y proyecto antes que instrumento o acabado producto. Y mi propuesta humana es la de la transparencia, la de la luz, la del abierto e inmaculado firmamento. Una vida a la que se ha despojado de belleza en nada se diferencia del erial. Y ¿para qué empeñarme en subsistir en el desierto? Carente de hermosura, penosamente repta la vida por el polvo como arrastra el triste presidiario sus pesadas cadenas…

Aspiro a un mundo en el que todos seamos capaces de extasiarnos ante la inconmensurable sublimidad de cuanto existe. Un mundo tal tiene por fuerza que ser superior a este al que una aciaga estrella tuvo el capricho de arrojarnos. Pues quien ama lo bello no tiene tiempo para ser malo.  Ese es mi programa, lo que anhelo alcanzar cualquiera que sea la actividad a la que las obligaciones o la personal disposición del ánimo me conminen.

La creación es hermosa. Todo hombre es capaz de crear. Cuando escribo creo y, por ende, poetizo la existencia. No es mi intención evadir la realidad tosca y torpe mediante la poesía; mi expectativa no es escapar en las frágiles alas de la ficción de la áspera e ingrata verdad del mundo. No huyo cuando escribo ni escurro el bulto a la realidad cuando pienso, me emociono y actúo. Apelo a la belleza en cada una de las plurales manifestaciones de mi consciente obrar porque en su seno hospitalario encuentro plasmada de la manera más acabada y honda mi humana plenitud.  Se me antoja que, en rotunda oposición al dictamen mayoritario, nada hay más terrenal que la poesía ni nada hallaremos más útil o práctico que ella. Me asalta incluso la sospecha de que la aspiración a la belleza es el único recurso que nos queda para salvarnos del desastre, para lograr salir de la calle ciega en la que hemos terminado arrinconados sin remedio bajo el opresivo esplendor de nuestra flamante, orgullosa y sofisticada civilización industrial pos-moderna…   

Me ha demostrado la experiencia –maestra de maestros- que cuanto más afino mis antenas íntimas, cuanto más me hago sensible a la venustez de la vida, más comprensivo, tolerante y amoroso me torno, más me transformo y percibo que a mi contacto se transmuta lo que me rodea; menos estoy dispuesto a permanecer impasible frente a lo que deteriora, corroe o impide el cumplimiento de la meta última que inspira mis acciones.  Vivir es embellecer la vida. No vine al mundo con otra misión. Y me importa un comino que el grueso de la gente estime parejo esfuerzo irrelevante, absurdo o sencillamente ridículo. En una sociedad en donde todo está vuelto de cabeza sería ingenuidad de a folio pretender que se me acepte tal cual soy, y necedad de a libra pensar que se me animará a seguir haciendo lo que hago.    Proseguiré a la husma de la belleza; insistiré en derramar luz en cada uno de mis actos, en cada una de mis ideas; continuaré entregándome sin reservas ni ambages al amor de la hermosura y a la hermosura del amor…

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