Defensa del apátrida

Defensa del apátrida

1

Saberse de un tiempo y de un lugar. Saber que se tiene un país en donde por puro azar se ha nacido. Y, sin embargo, sentirse siempre apátrida, extranjero solitario, habitante del universo.

2

El hombre sin patria es mil veces superior al nacionalista. Le supera en visión, en bondad, en favores a la humanidad. Sólo piénsese en los incontables horrores cometidos en nombre de algún oscuro nacionalismo. Hasta ahora ningún crimen se les ha podido imputar a las ciudadanías del mundo.

3

Pocos sentimientos son tan perniciosos como ese fetichismo de las identidades que hoy enloquece a tribus y pueblos. Los diversos particularismos del nuevo siglo se siguen erigiendo sobre montones de cadáveres, dejando el suelo regado de sangre inocente.

4

Hay tantas razones para retornar a la patria como para permanecer en el exilio. Con la sola diferencia de que las primeras son acaso más fuertes y más antiguas. Apelan directamente al corazón, a las raíces del alma, a los recuerdos de infancia. Se confunden con los mismos orígenes, con el espacio de origen. Pesan más.

5

Incluso después de haber retornado a la patria, combatir el provincianismo de espíritu, mantener la amplitud de miras y seguir sintiéndose ciudadano del mundo.

6

Con el país en donde por puro azar se ha nacido no se puede tener otra relación que de amor y odio. Ahora se le quiere y un segundo después se le maldice. Nos duele y nos harta. Es algo casi esquizoide. No se puede vivir en él y tampoco se quiere vivir sin él. Amo este país, lo amo con tormentoso amor, como se ama a algunas mujeres. Si no lo amara, jamás habría regresado a él. Pero confieso que cada vez más me gusta menos.

7

George Steiner acierta al decir que nuestro tiempo está marcado por la pérdida de todas las patrias y el destierro de los más íntimos paraísos. Considérese, por ejemplo, el caso de la literatura contemporánea. Lo mejor de ella nos habla de una época de desarraigo cultural, espiritual y verbal. No en vano Cioran, el aforista lúcido y desesperado, se definía “apátrida”, condición que tenía por la “preferible para un intelectual”.

8

Fórmula de lo que somos: una suma de defectos, una resta de virtudes.

9

Hay días en que me levanto sintiendo gran amor por la humanidad. Esos días me asombro de sentir cierto “orgullo de ser de aquí”. Después de todo, existen motivos para enorgullecerme, me digo a mí mismo. Para enorgullecernos, pluralizo. Pensemos que hemos tenido buenos poetas y escritores, buenos artistas y músicos, buenos atletas. Sólo nos ha faltado tener buenos gobiernos y buenos gobernantes.

10

Si no somos mejores no es porque no podamos, sino porque no queremos.

11

La obsesión por la identidad propia parece haberse apoderado de nuestros intelectuales. No les escucho más que hablar y discutir de la dominicanidad. Y eso dice tan poco a mi espíritu…No haríamos mejor en asumir la crítica honesta de nuestros males y deficiencias, de este presente miserable, que en pensar una identidad siempre fugitiva y gelatinosa?

12

Este no es un país patriótico sino patético…y carnavalesco.

13

Motivos para encontrar una muerte rápida y absurda: salir a la calle, rozar el vehículo de lujo de algún troglodita, caminar por la acera debajo de un cable de alta tensión suelto, discutir con alguien. Aquí en cualquier momento a cualquiera acecha una bala aburrida. La vida se ha depreciado demasiado. Dentro de poco valdrá menos que nada.

14

“Por eso brindo contigo. ¡Qué bueno que soy de aquí!”. La frasecita esa sólo se la cree su autor.

15

Sentir orgullo por ser de aquí y no de otra parte es tan ridículo como sentirse orgulloso por haber nacido. El nacimiento y la patria misma nos son cosas impuestas, no elegidas. Más bien deberíamos sentirnos orgullosos de los empeños personales, libremente decididos y llevados a cabo, y casi sólo de éstos.

16

Escribo en un país donde cincuenta y dos de cada cien dominicanos jamás me leerán, sencillamente porque no saben leer ni escribir. Entre nosotros, la escritura no puede ser sino un acto superfluo y completamente inútil, cuando no un gesto vanidoso.

17

Y, sin embargo, escribo. Escribo sin mucha fe, sin mucho entusiasmo, sin hacerme demasiadas ilusiones; escribo porque me gusta, porque no sabría hacer otra cosa, porque es lo único que puedo hacer más o menos bien.

18

Frase de un personaje de novela que uno quisiera hacer suya. Preguntado por sus planes para mañana, responde llanamente: “Ya no tengo ilusiones. Las perdí en el curso de mis viajes”.

19

No ser nadie, no tener nada. No aspirar a nada, ni siquiera al reconocimiento y la estima. Vivir como si no se tuviera lugar propio en el mundo. Vivir como un apátrida. Y, no obstante, consumar en esa carencia la mayor victoria del ser y sentirse el hombre más feliz de la tierra. No ser nadie, no tener nada: precioso motivo para ser alguien y tenerlo todo.

 

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