Es muy inherente y consustancial a la democracia el darle a los ciudadanos acogidos a este sistema la posibilidad de escoger de entre opciones representadas por hombres, ideas o programas, el camino que prefieren para ser representados o gobernados.
La República Dominicana, sumida evidentemente en una crisis económica y moral, con una sociedad presionada por fuerzas políticas con disfrute del poder y con evidente interés de más poder, tendría que inscribir necesariamente en el récord de sus experiencias negativas, el hecho de que una elección interna, en uno de los partidos más importantes, tenga que estar reducida a la formalidad de nominar a un candidato que no devendría de la libre contradicción de aspiraciones, sino que provendría de un solo sector, aún cuando ese sector se repute, él mismo, de mayoritario.
Por mucho tiempo y especialmente en los últimos meses en el Partido Revolucionario Dominicano se ha manifestado el accionar de algunos de sus más representativos dirigentes, los que legítimamente han tratado de colocarse ante la apreciación abierta de sus copartidarios con la esperanza de merecer la condición de candidatos a la presidencia.
En todos los casos se trataría de alcanzar la coronación a largas e importantes carreras políticas. Mas no. La búsqueda de la candidatura presidencial en el PRD ha vuelto a ser una atroz lucha intestina. Los proyectos presidenciales han estado nueva vez entrelazados tortuosamente y la desunión y la falta de equidad para la celebración de unas primarias transparentes y justas, han obrado básicamente contra quienes optaron por enfrentar la reelección. Y estos, a su vez, creyeron que pescaban en río revuelto y parece que no entendieron quién manejaba la red de los pescadores.
El país contempla con gran pesar esta situación que coincide con su crisis económica más grave en varias décadas. Hay, en esas contradicciones, una intensa causa de incertidumbres, en momentos en que la Nación necesita que sus hijos concedan prioridad a la creación de un clima de confianza en las instituciones y el futuro y que, por Dios, algún día comprendan que solo la unión crea fuerza.
[b]Mala noticia[/b]
Una nueva elevación de los precios de los combustibles ha traído pesar este fin de semana a todos los dominicanos. Las autoridades de Industria y comercio probablemente no han hecho más que acogerse a unas reglas sobre costos e impuestos. Es posible también que la realidad del dólar y de las cotizaciones internacionales del petróleo no dejaran otro camino.
Pero se ruega reconocer que los precios de estos insumos energéticos no encajan en la realidad del ingreso de la mayoría de las familias dominicanas ni en la situación de emergencia en que se encuentra la mayoría de las empresas, golpeadas por la devaluación, la inflación y la fuga de capitales.
Estamos en un país en el que los precios pueden moverse libremente hacia lo alto, pero esto va siempre en perjuicio de quienes no tiene muchas posibilidades de mejorar su poder adquisitivo. Tampoco pueden hacer mucho los diferentes sectores productivos.
Los lesivos precios locales de los derivados del petróleo, resultan una grave distorsión. Las causas efectivas de este mal que golpea a la colectividad tienen que ser enfrentadas por el gobierno.