La semana pasada, el mundo fue testigo, en ascuas, de cómo el irracional tranque en el Congreso de los Estados Unidos colocó al gobierno de ese país al borde de la cesación de pagos de su deuda.
Apenas dos horas antes del plazo fatal, se cristalizó un precario acuerdo, que evitó – de momento – una catástrofe monetaria y financiera global.
Visto el caso de que es la segunda vez en dos años que – por causas puramente politiqueras – ocurre este atasco.
Y como no parece haber límites para la estulticia de determinados grupos de poder en Estados Unidos, hay que esperar que un episodio de esta naturaleza pueda repetirse.
La ocasión es propicia, por tanto, para reconciliarnos con la noción del dinero como convención de valor que funciona como unidad de cuenta y facilita el intercambio, y distanciarnos del concepto dinero como fuente y fin de todo bienestar.
En efecto, hemos llegado a “monetizar” el bienestar, al extremo de que – en nuestras mentes – este solo es posible a partir de la disponibilidad de dinero.
Desmonetizar el bienestar consiste en valorar el objetivo de vida antes que el dinero.
No se trata de satanizar al dinero, sino de verlo como una herramienta – no la única – que, bien utilizada, puede favorecer la consecución de determinados objetivos de vida.
Al asumir esta perspectiva, podemos ver la caja de herramientas completa. Y todos los recursos – tiempo, creatividad, sentido de comunidad y, ahora sí, dinero – pueden alinearse al servicio del objetivo.
ZOOM
Un ejemplo. Supongamos que dispongo de tiempo libre. Si “monetizo” el ocio – y, en la coyuntura actual – no dispongo de dinero, probablemente este no sucederá. Adiós viaje a la playa. Si, en cambio, parto del objetivo – disfrutar del tiempo libre – y lo separo del recurso “dinero”, estaré más abierto a opciones de ocio, y seré más creativo, independientemente de si tengo dinero o no lo tengo.