BUENOS AIRES (AFP).- La pública discrepancia sobre la política hacia el conflicto social entre el presidente Néstor Kirchner y su antecesor Eduardo Duhalde, las dos mayores figuras del gubernamental Partido Justicialista (PJ, peronista), abrió una fisura en la alianza que gobierna Argentina.
Nunca antes Duhalde había criticado públicamente una política oficial como lo hizo el sábado, al criticar la «mano de seda» con que el gobierno trata a los piqueteros, organizaciones de pobres y desocupados que canalizan en gran medida los reclamos sociales.
Un día antes, la esposa de Duhalde, la diputada electa Hilda González, había sido más explícita aún al afirmar que el Gobierno debe «volver a poner orden» en las calles.
«Yo no llegué a este sillón para reprimir. El que piense que estoy dispuesto a hacerlo se equivoca», dijo luego un malhumorado Kirchner a sus colaboradores, según reportó el domingo el diario conservador La Nación.
En tanto Clarín, el diario de mayor circulación, informó a su vez que «Kirchner se puso furioso por las declaraciones» de los Duhalde.
Rápidamente, el gobierno, por intermedio del jefe de gabinete Alberto Fernández, ratificó enfáticamente la política de no reprimir las protestas, porque «no es verdad que el orden sólo se pone a través de balas y de palos», consignó el funcionario.
También se sumó a la réplica el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, de escasas apariciones públicas.
«Por las políticas de mano dura cargamos con las muertes de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki (baleados en una manifestación el 26 de junio de 2002 cuando Duhalde era presidente). El gobierno no va a reprimir. Hay que atacar las causas y no los efectos (del conflicto social)», dijo Parrilli el sábado.
Sin embargo, no hubo hasta el momento comentarios públicos de Kirchner sobre esta cuestión, en lo que fue interpretado como un esfuerzo por cuidar la alianza con Duhalde.
El líder del poderoso PJ de la provincia de Buenos Aires apadrinó a Kirchner en las elecciones presidenciales de abril último para derrotar a su archienemigo, el ex presidente Carlos Menem, y se convirtió en el principal sostén de su sucesor en el gobierno.
La polémica apareció en momentos de creciente malhumor de sectores urbanos por los casi cotidianos cortes de tránsito que provocan las manifestaciones en las grandes ciudades, sobre todo en la populosa capital argentina.
Una encuesta del consultor Enrique Zuleta Puceiro publicada este domingo por Clarín indica que 50,4% de los ciudadanos está «nada de acuerdo» con las prácticas piqueteras y 23,1% está «muy poco de acuerdo».
En las últimas semanas reaparecieron reclamos de los sindicatos, aletargados durante lo peor de la crisis, que salieron a las ya congestionadas calles.
También hubo disturbios en Neuquén (sudoeste) a partir de un rechazo a la forma de pago de los subsidios sociales establecida en esa provincia, y en Salta (norte), donde piqueteros incendiaron instalaciones de una empresa petrolera privada que los dejó sin empleo.