El chivo enchivado

El chivo enchivado

VLADIMIR VELÁZQUEZ MATOS
La realidad histórica y la realidad artística son categorías de distinta naturaleza. En una, lo importante es el estudio de los hechos tal y como acontecieron, y en la otra, es la realidad estética lo que dicta sus normas, el hecho sublimado del espíritu que se materializa en palabras, imágenes, plásticas o cinematográficas, en donde lo esencial es lo dictado por la fantasía y la imaginación además del buen gusto del autor.

Estos principios ya nadie los discute, puesto que para algo están los tratados de historia, sociología y ensayos biográficos, por lo que las novelas, obras de teatro y películas que puedan tener un marco histórico equis o a un personaje descollante real como protagonista, el autor, si así lo desea, tiene plena libertad de utilizar estos ingredientes, enriquecerlos a su antojo para hacer su creación personal que puede estar a años luz de esa realidad objetiva, pero aún así, revelarnos una verdad más profunda y universal. Por todos ellos citaré al más grande escrutador del alma humana y al más impreciso y anárquico de todos los historiadores: “William Shakespeare”.

Y así como en el extraordinario dramaturgo inglés lo esencial es su fino instinto y profundidad para desentrañar dichos misterios que gobiernan el alma humana a través del más excelso lenguaje poético, lo mismo ocurre en toda obra de arte, sin importar de la naturaleza que sea, porque el arte se justifica así mismo, siendo una actividad netamente creativa, de invención, y no de precisiones cuantificables como en la ciencia o la historia.

Y ello viene a caso, porque hace unos años se produjo una agria polémica en el país con la puesta en circulación de la gran novela de Mario Vargas Llosa, “La fiesta del chivo”, en donde muchos de los lectores especializados y teóricos del déspota criollo se rasgaron las vestiduras en lo que consideraron una afrenta a la verdad histórica de este país, reclamándole el atrevimiento al escritor “extranjero” de desvirtuar las cosas tal y como habían acontecido, a lo que el novelista arguyó que su único objetivo era tomar a la figura de Trujillo y un momento histórico específico y recrearlo como realidad literaria, haciendo con esa materia prima su verdad artística, a la vez que nos pintaba el más fiel retrato del despotismo que ha asolado en todos los rincones de este hemisferio en una de las piezas literarias más electrizantes de nuestra lengua.

Eso es en cuanto a la fabulosa novela de Vargas Llosa, que desde el punto de vista literario me parece inatacable, y otra es la adaptación de Luis Llosa (primo del escritor) al lenguaje cinematográfico, en donde el cineasta no logra, pese a la buena factura profesional y la corrección técnica de sus imágenes, capturar el espíritu de la novela ni mucho menos de la época.

La película, como cine, peca de múltiples defectos en el guión y en la construcción de sus personajes (cualquiera sin ceguera mental puede percatarse) que como muchos diálogos acartonados, irreales y hasta cursis (como ese ridículo de la cena en la casa de la protagonista ya adulta -que en la novela funciona muy bien-), o situaciones totalmente absurdas (el de entrar Antonio de la Maza con un arma al despacho del tirano), además de una evidente carencia de ritmo interno (cosa tan diferente al trepidante ritmo de la obra literaria que con sus seiscientas páginas se leen de un tirón) tornándose aburrida y hasta necia en sus pocos más de dos horas que parecen una eternidad, amén de algunas actuaciones muy estereotipadas y hasta pedestres (la de Trujillo -lo lamento por Tomás Millán- y algunos ministros parecen de caricatura), que unido a una evidente falta de clima en los momentos de más tensión, tienen de colofón un final anticlimático que debió resolverse sólo con el estupro de la protagonista, la pequeña Urania Cabral, tal como ocurre en la novela, y no con sobreentendida la muerte de sátrapa, lo cual le restó fuerza y emoción al desenlace.

En conclusión, “La fiesta del chivo” es un verdadero deleite para el lector, pero se enchiva como pretenciosa versión fílmica más o menos del montón.

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