Exilio antritrujillista de Fidelio Despradel

Exilio antritrujillista de Fidelio Despradel

Mientras Trujillo apresaba miembros del Movimiento Revolucionario 14 de Junio y la Iglesia católica se pronunciaba en contra de los crímenes del régimen, Fidelio Despradel y sus compañeros hacían levantamientos topográficos de la gruta que utilizarían para matar al dictador  y simulacros lanzándose al mar.  Fue en esa etapa cuando el apodado “Camello” tuvo que hacerse pasar por un paciente psiquiátrico.

Hizo cita con el doctor Luis Manuel Baquero pero el motivo era escuchar al médico, que quería que él conociera a Viriato y Antinoe Fiallo quienes, aunque contrarios al régimen, “ya estaban armando las corrientes conservadoras”, comenta. Baquero tenía el consultorio en la “Casimiro de Moya”, donde después estuvo el restaurante “Lucky Seven”, recuerda. El día de su visita se encontró con “Tin Trujillo, que padecía trastornos emocionales”, comenta.

“Me dijo Baquero que cualquier documento que quisiera sacar del país ellos tenían una vía segura, y le entregué las copias de la trama. La de tío Ricardo se envió a Puerto Rico en una faja de mujer. Marcio recibió también ese plan, de 30 o 40 páginas”.

El país, entretanto, “vivía una efervescencia extraordinaria. Descubrieron a René Sánchez, a Tirso, Pipe, Quique, en medio de esa espera tensa, angustiosa, por el ofrecimiento de Marcio, que avisaría del envío por radio”. En su libro  agotado “Conjura submarina, un temprano esfuerzo por ajusticiar a Trujillo”, Fidelio escribe que “Máximo Bernal vivía pegado a la radio a la espera de la señal convenida con Marcio Mejía Ricart… Sabíamos que había transcurrido el tiempo necesario para que todo pudiera ponerse en movimiento”.  Y luego de semanas, “silencio total”.

 Ante la incertidumbre y el acoso decidieron que alguien saliera a entrevistarse con Marcio, y escogieron a Fidelio, explica, porque era el hijo del rector de la Universidad de Santo Domingo que quería que su vástago fuera a estudiar arquitectura a Filadelfia. Con ese pretexto se marchó al exilio”.

“Eso cambió mi vida totalmente”, exclama con cara de tormento que revela las tribulaciones del destierro. “Llegué a Nueva York  tres días antes de que Fidel pronunciara el famoso discurso ante las Naciones Unidas, lo vi y escuché en la casa de Enrique de Marchena, delegado de Trujillo ante la ONU”, manifiesta.

El relato de la vida en el exilio es extenso, agitado, conmovedor. Algunos recuerdos lo afligen, como la historia de su regreso reciente a la casa de la compañera del que fue piloto de los exiliados. En cada país visitado vivió aventuras increíbles y se expuso peligrosamente. Conoció personas que le animaban a seguir planes contra el régimen que, desde allá, parecían magistrales, sin embargo, muchos exiliados que encontró estaban amargados, desencantados porque en ese destierro antitrujillista muchos líderes llevaban conductas vergonzosas.

En casa de Freddy Martínez, en Puerto Rico, recobró la esperanza de tumbar al déspota al conocer a Hubert Rainouard, piloto al que el tío Ricardo debía la vida porque  lo sacó de “Ciudad Trujillo”. Había peleado contra los nazis en Francia, era guerrillero y piloto oficial del Movimiento de Liberación Dominicana y cuando hablaba, “para mí era una enciclopedia: cómo introducir armas al país, disparar en pleno vuelo, ingresar comandos, todo eso era simple para él, se me abrió un mundo”.

Después de visitar a Niní y Yuyo D’Alessandro en New Jersey, Paterson;  a Charlie Festa, guardaespaldas de Yuyo, y al contraalmirante “Bebeto” Arvelo, que había desertado de la Marina de Guerra, escuchó emocionado el relato de la salida del país de Yuyo, a quien escondió Mario Cavagliano. Contó entusiasmado toda la emoción de aquel encuentro en el que Yuyo, que era como su hermano, le ayudó en diligencias para sus propósitos. La primera fue conseguirle una carta de ruta con nombre ficticio para su búsqueda de Marcio.

Conoció la Delegación Ayuda Frente Interno Dominicano, que creó D’Alessandro, y con Hubert, que le enseñó a perforar aviones para lanzar bombas, pertrechos, volantes, se dirigió a Venezuela, donde  hizo contacto con Luis Aquiles Mejía, una de las figuras más prominentes del exilio antitrujilista. Éste gestionó el encuentro con Marcio y en media hora estaba sentado frente a él.

Lo que trataron es un largo relato que culminó “en frustración, en un fiasco”, y que dejó en Fidelio la percepción de que “era un dañino, mitómano, megalómano”. Cuenta algo en estas largas sesiones pero en su  libro confiesa: “No puedo  reproducir todo lo que conversamos”. “Inmediatamente mandé un mensaje en clave a “Ciudad Trujillo” en una carta a tía Naná: “No confiar en Marcio”.

En el “Foro Público”. En el exilio no solo fue el  luchador dispuesto a  derrocar al régimen sino  un itinerante aglutinador de cuantos estaban dispersos en América y Europa por la misma causa. En sus relatos que parecen de novela surgen los nombres de Luis Gómez Pérez, que se había asilado en la embajada de Argentina; Joaquín Montero, Alfonso Moreno Martínez, Tirso (“Tribilín”) Mejía Ricart, Sina Cabral, Ivonne Haza, José Horacio Marranzini, Víctor Bisonó, “delegado del Partido Socialista Popular en Europa”; Francisco Carvajal Martínez (Bueyón),  Baby Mejía Ricart, Juan Miguel Román (estos últimos asilados en la embajada de Brasil), entre otros. Los visitó en Caracas, New York, Puerto Rico, Roma, y cuando no estaba con ellos piloteaba con Hubert por Islas Vírgenes, Saint Martin, Saint Thomas, Saint Kits,   en el avión del MLD que Luis Aquiles Mejía les entregó. Estuvo en almacenes de ventas de armas en New Jersey, en los muelles de la Florida en busca de barcos para incursionar las costas dominicanas. Se entrenó en el manejo de armas en New Jersey junto a Baby Mejía y Montero, y fue en esas prácticas cuando se le rompió el tímpano de uno de sus oídos.

En octubre de 1960 espías trujillistas detectaron sus planes y fue detenido y fotografiado en Curazao, con el alegato de que Hubert se atravesó a un avión comercial. Johnny Abbes mostró la foto a Arturo Despradel informándole que sabía en lo que andaba su hijo. Le escribieron un “Foro Público” acusándolo de traidor y el inquieto “Yeyo” debió irse a Italia con un pasaje que le envió su padre, simulando que estudiaría arquitectura. Para despistar, llevó una vida  ostentosa, fiesteó y circuló postales entre amigos dominicanos residentes allá para que las enviaran a “Ciudad Trujillo” cuando él saliera de Roma, en 15 días, para hacer creer que permanecía en Europa.

Casi todos sus compañeros estaban articulados en el 14 de Junio, que empezó llamándose “10 de Enero”. Allá, el  líder máximo de Fidelio era  Luis Gómez Pérez, a quien consultaba y obedecía y de quien habla reverente: “No daba un paso sin hablar con él. Tenía posiciones antiimperialistas y una desconfianza muy grande a los americanos. Era la cabeza del sector de izquierda del exilio, del 14 de Junio, un hombre de armas, honesto, inclinado a la acción”.

El ajusticiamiento de Trujillo sorprendió a Fidelio en Roma. Regresó el 13 de agosto de 1961, y a pesar de haber caído el motivo de sus luchas, al día siguiente comenzó un nuevo plan conspirativo. “Vino una situación difícil: el 14 de Junio no tenía brazo armado”.

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