Impunidad

Impunidad

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
No hubo una persona que iniciara el movimiento. No. Eso es imposible. Se necesita que haya una tendencia, una vocación encubierta, un deseo desmedido e irrefrenable de hacer fortuna, sin que importe cuáles obstáculos haya que salvar ni mucho menos cuáles cabezas quedan en el camino.

Se puede fijar como inicio de la última ola de impunidad la muerte del tirano Rafael Trujillo, quien mientras gobernó se convirtió en el único que hacía todo lo malo: robar la tierra, comprar ganado a precio vil, antojarse de potros de fina estampa y mejor calidad, ordenar o hacerse de la vista gorda ante los asesinatos políticos, ya que todos no fueron dispuestos por él aunque sí en su beneficio.

Muerto Trujillo se abrieron las compuertas de las ambiciones desmesuradas e ilegales y unos y otros se apañaron para surgir de la noche a la mañana como potentados. Se repartieron los contratos del Estado y los Ayuntamientos, seleccionaron el ganado de calidad del tirano y de algunos de sus cómplices, quienes huyeron hacia el extranjero porque sólo ellos conocían sus culpas y sabían que debían ser conocidas en los tribunales.

¡Qué va! Se impuso el compadreo de siempre: los amigos de Santana se acercaron a los febreristas. Los febreristas se entendieron con los baecistas, quienes se convirtieron en jefes luego de la traición de Buenaventura Báez a la República, al gestionar y aceptar el mariscalato español. Los restauradores se entendieron con la gente de Báez y luego se acotejaron bajo la bota y la maña del general Ulises Heureaux.

Ingenua como fue mi generación, no estudió las constantes de la sociedad dominicana una de las cuales es la del histórico y antiguo «borrón y cuenta nueva», consigna que forma parte de la psiquis dominicana, aunque muchos no quisiéramos que fuera así.

Los mismos que aplaudieron a rabiar a Trujillo, los que estuvieron en la gracia del tirano desde siempre, los que actuaban contra viento y marea a favor del Jefe porque el Generalísimo era el modelo de gobernante en que creían, al que apostaron y respaldaron hasta su último aliento y más allá, volvieron a poco por sus fueros y lograron alejarnos del camino correcto.

En «El pozo muerto» el poeta Héctor Incháustegui Cabral confiesa que los intelectuales de su época (habrá que distinguir que los intelectuales trujillistas, que no todos lo fueron) decidieron respaldar a Trujillo porque en Europa florecían las dictaduras de Franco, Mussolini y Hitler.

Esa actitud, por supuesto, reflejaba cómo los intelectuales trujillistas estaban subordinados por la imitación y la falta de identidad y originalidad.

Aquella destrujillización, que no fue tal, colocó una venda, en algunos casos, y anteojeras, en la mayoría, para cegar y engañar mi generación que pensaba que su deseo de libertad y democracia, justicia y manejo pulcro de los fondos públicos se lograba con acciones como las que tomamos entonces.

Los camajanes del trujillaje no desmayaban, acechaban todo movimiento a la espera de una oportunidad para asaltar el poder con sus cómplices del gobierno norteamericano,  la iglesia católica, el alto comercio, los tutumpotes de la agropecuaria y  los guardias obtusos.

¡Cómo se burlaron de nosotros! ¡Cómo nos engañaron! Nos pusieron un narigón, restallaron el foete y nos arrearon entre verdades a medias y mentiras descaradas.

Falta mucho por hacer. No basta con que dos o tres personas  hallamos ganado el derecho a la libre expresión entre asesinatos, deportaciones, cárcel política y persecución económica.

No, hay que hacer un plan para completar el modelo al  que le falta un aparato judicial independiente, serio, respetable, que no dependa de la Suprema Corte de Justicia que ahora es ley, batuta y Constitución.

Una nueva forma de elección de los congresistas para evitar la hegemonía de un partido que actúa, éste o aquel, con una fórmula similar a la del último artículo de la Constitución de 1844, «a verdad sabida y buena fe guardada».

Cambiar, seria y profundamente, la actitud y la conducta de militares y policías que no actúan para defender la Constitución, las leyes y los derechos de los ciudadanos.

Revolucionar el sistema nacional de educación para que se enseñen la lengua y las matemáticas y materias que contribuyan a insertar al bachiller en la vida económica.

Faltan, faltan, volveremos sobre el tema…en detalle.

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