Para la época en que un trabucazo rompió las cadenas del dominio haitiano sobre los dominicanos, el valor intrínseco del término independencia estaba centrado prioritariamente en la expulsión de la fuerza militar de ocupación.
Los pueblos de entonces, incluido el nuestro, no conocían otro símbolo de libertad que no fuera echar al enemigo del lar nativo y preservarlo para disfrute y gozo de los súbditos.
Sin embargo, a través del tiempo se ha ido viendo cómo aparte del dominio que se ejerce con la presencia militar, hay múltiples modos de sumisión que los países fuertes aplican sobre los débiles, como el comercio desigual, los obstáculos técnicos al comercio, la falsa bilateralidad de unas relaciones desiguales, las archiconocidas certificaciones que califican y descalifican a discreción, y así por el estilo.
-II-
Hoy, cuando conmemoramos 163 años de nuestra independencia, por haber desterrado el poder militar haitiano, debemos considerar muy seriamente que nuestra lucha no concluyó ese día, sino que cambió de matices.
Los padres de nuestra nacionalidad apenas encendieron la chispa ese día 27 de febrero de 1844, y lo hicieron con decisión y arrojo.
Aquella declaración de independencia marcó el cese del dominio militar extranjero y nos dio una nacionalidad, y de ello debemos estar más que orgullosos.
Pero no cabe duda de que heredamos otra parte de la lucha no menos importante que la librada por los padres de nuestra nacionalidad.
Los dominicanos tenemos que emular aquella gesta gloriosa del 27 de febrero de 1844 para consagrarnos también como libres e independientes de todas las formas sutiles de dominio de que se valen hoy en día las potencias económicas sobre estos pueblos pequeños.
Un día como hoy de hace 163 años un grupo de valientes comenzó una fase de nuestra independencia. Continuemos la tarea contagiados del arrojo de aquellos hombres y mujeres de 1844.