Libertad

Libertad

La filosofía “de los banqueros de inversión” es más rancia que la vieja Europa, asediada por sus ideas excluyentes y sus trasnochados nacionalismos, su proverbial insolidaridad, su rechazo de la diversidad, su selección natural, su empecinamiento en recrearse en los errores pretéritos. Esa Europa está pero ya no es, no puede hacer lo que hacía. El cambio requerido no vendrá de la mano de líderes caducos o de políticos sin esperanza. Esa transformación profunda de las estructuras viene de la mano del pueblo, consecuente con la historia, de los ciudadanos como entes pensantes en un mundo de seres que no lo son.

Hemos comprendido que el sistema ha entrado en cierta descomposición y que la corrupción generalizada significa el abandono de los valores de una civilización y eso es la barbarie. Del caos social sólo se sale con una profunda reorganización, con un reajuste que hoy se nos antoja difícil y complicado. El cambio de modelo lleva tiempo. No hay soluciones fulminantes y en el corto plazo solo podemos asumir medidas correctoras, políticas de reparación, propuestas para sufrir y aguantar el tipo.

El despotismo ilustrado puso nuestro destino en manos del saber, de los más capaces para pensar, pero la actual estructura de la educación sólo sirve para fabricar. Hemos dejado las ideas en manos de los financieros. Técnica y productividad y pensamiento único. Así no hay futuro.

Ese despotismo tecnológico multiplica los automatismos. La oferta de mano de obra crece exponencialmente frente a la demanda de trabajo.

Y además corremos el riesgo de caer en la ilusión del desarrollo sostenible en un mundo cada día más desequilibrado, prisioneros de un grupo selecto que será dueño no ya del capital sino de la ciencia y de la técnica en un nuevo modelo en el que el tejido social sólo podrá aspirar a la categoría de complemento y servidor del sistema.

Frente a esta concepción tecnológica, habrá que pensar en propuestas basadas en frenar el desarrollo de los países ricos, redistribuir la riqueza e incentivar el desarrollo de los países pobres. Ningún sistema e ideología nos salvará de la codicia y la ambición sin límites excepto la de la “Conciencia Social”.

Nos tenemos que salvar nosotros a nosotros mismos. Los políticos no están a la altura de las circunstancias, son incompetentes y su vocación pública ha sido sustituida en su organización y acción por los denominados foros sociales. Si nos queda alguna esperanza, ésta vendrá de la ciudadanía, jamás de los que detentan el poder. Por eso me niego a entregar mi vida a la decisión de los demás.

La libertad está dentro de uno mismo, es como las cometas, vuelan porque están atadas, bien por el deber, por la responsabilidad, por las necesidades, por las creencias o la filosofía. Y eso es lo que da alas, esperanza, imaginación y serenidad. Se nos va el tiempo en tonterías y no nos enteramos de nada.

Me niego a entregar mi vida a la decisión de los demás porque de la sensación de libertad personal nacen los valores más humanos en general. La libertad está dentro de uno mismo, sujeta al deber y la responsabilidad.

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