Liviana confesión de desórdenes  y  el ¡viva la Pepa!

Liviana confesión de desórdenes  y  el ¡viva la Pepa!

No estoy seguro de haber deseado ser muy organizado. Reconozco que me fastidia no encontrar un dato que  recientemente obtuve en mi caótica biblioteca.  No obstante, excuso mi desorden considerando que los libros tienen su personalidad, su individualidad, e intuyo    que  no les gusta que los encarcelen con un tejuelo numerado en el lomo, sin derecho a cambiar de sitio, a respirar, a jugar al escondite, a desaparecer y aparecer. 

   A menudo encuentro fácilmente lo que busco. Sé por dónde puede andar. Otras veces, no. Los libros me miran picarescamente desde su relativa libertad, que parecen agradecer.  

   Naturalmente comprendo que una gran biblioteca para múltiple uso, debe estar codificada para ser eficiente. Pero yo me entiendo con mis libros, aunque, ocasionalmente, jueguen conmigo. En verdad, me han ofrecido siempre más de lo que me han negado. Podrá o no creerlo el lector, pero yo miro el caos de mis   estantes de  libros (de suelo a techo), y “siento” donde está lo que busco.

Esta vez mis libros me jugaron una broma. ¿Sería para cuidarme? Había yo recordado la cita de cierto monarca español  del medioevo quien, ante la lectura de un texto legal que no le convenía, ordenó arrojarlo al fuego, diciendo: “Así van leyes, do quieren reyes”.

   Parece que mis libros se habían enterado de que tanto el Padre Robles Toledano -asiduo visitante del hogar paterno durante mis  años infantiles- como luego Héctor Incháustegui Cabral cuando era Director General de Bellas Artes, me habían aconsejado  “nunca citar de memoria”.  El sacerdote-político llegaba tan lejos que decía “hasta si voy a citar la fecha del Descubrimiento de América, busco el texto”. ¿Sería verdad? Mis libros creen que sí y de vez en cuando se divierten desapareciendo para luego plantárseme por delante con una sonrisa traviesa.

Pero ahora el travieso soy yo.

Voy a  insistir. Sin el texto preciso.

Es que aquella cita del viejo rey español, que se resume a la dependencia de las leyes ante la voluntad de quienes mandan y no titubean en echar al fuego o a la basura, ya sea Constitución, Reglamento o cualquier otro texto por el estilo,  esa cita –repito- viene a cuento.

En sentido moderno, la primera Constitución conocida es la norteamericana, de 1767, luego la francesa de 1789.  Después la Constitución de Cádiz, votada en 1812. Las tres, junto a otras posteriores, han sido traicionadas. De un modo u otro, ya  sea brutal o refinado. Los españoles de entonces, con clarividencia pueblerina llamaban “la Pepa” a la Constitución, porque fue votada el día de San José, 19 de marzo de 1812  (José es Pepe). A su amparo se encarcelaba o se liberaba, se engrandecía o se aplastaba… según. Por eso lo de “¡viva la Pepa!”, lo popularizó una copla Navarra, que cambió su sentido original para dar paso a lamentables libertades.

   Oigo, veo y leo, por radio, televisión y prensa escrita, acerca de la severidad de intenciones de altos funcionarios, que ofrecen todas las bondades de este mundo y de cualquier otro mientras persiguen un cargo.

   Pero ¿qué hacen?, salvo contadas excepciones, actuar con un ¡Viva la Pepa!

Publicaciones Relacionadas

Más leídas