Llamar al loco

Llamar al loco

El reciente, trágico y brutal atentado terrorista perpetrado en Madrid, nos ha llevado a preocupante reflexión sobre el estado de situación del mayor y más grave mal que aqueja a toda la humanidad del siglo 21. Es evidente que no hay unidad de criterio en la valoración que las mayores naciones asignan al terrorismo en términos de la seguridad, el orden y la capacidad de previsión que el adecuado funcionamiento de las relaciones globalizadas requiere.

Parece que cada nación elabora su propia estrategia antiterrorista según convenga a sus intereses tradicionales lo cual arroja como resultado un mosaico diluido con particulares posiciones tácticas. No una coherente estrategia global.

Las naciones de la Unión Europea, talvez con excepción de Inglaterra y España, escabullen su responsabilidad tras el argumento del apego irrestricto a la acción colectiva que los organismos tradicionales autoricen. Lo que en cierto modo encubre la actitud de considerar que el objetivo del actual terrorismo internacional es la destrucción de los Estados Unidos como primera superpotencia que es. Lo que callan es el hecho incontrovertible de que esa superpotencia está en la diana de los terroristas, por ser hoy por hoy la cabeza de occidente, y eso es lo que la mayoría de europeos resienten y se resisten a admitir. La amenaza del fundamentalismo islámico integrista, pesa sobre todo el sistema de occidente y su cultura. Lo que tal fundamentalismo fanático e intolerante está planteando es un choque de civilizaciones; que amenaza por igual a occidente como al Islam mismo.

Razones de seguridad nacional y de preservación de sus enormes intereses, forzaron a los Estados Unidos a asumir el liderazgo de la guerra que el terrorista Alqaeda había declarado el 11 de septiembre del 2001. Obviamente la naturaleza del terrorismo habría de cambiar los patrones tradicionales de respuesta en sus aspectos: táctico, estratégico, diplomático y ético. La diplomacia haría menor énfasis en el internacionalismo, y la guerra se conduciría bajo una ética de responsabilidad con el apremiante interés nacional.

Era pues de esperar que la escalada de la guerra evidenciara su conflicto con los intereses tradicionales de otras naciones. La guerra de Irak constituye un ejemplo palmario. La mayoría europea estuvo con Sadam. Y hoy se esgrime la no aparición de armas de destrucción masiva, para desacreditar esa operación y sus líderes. Callando que el mismo Sadam es el arma. Un tirano absoluto, con poder absoluto, dueño de un país con enormes recursos, y enemigo declarado de los Estados Unidos. Era sólo cuestión de tiempo.

Lo peor que podría ocurrirle al mundo es que esa especie de sabotaje solapado llegara a convertir la lucha contra el terrorismo en una guerra de desgaste. Ese sería el momento de la potente reacción de los intereses creados y de la convocatoria del loco.

La ignorancia en Versalles de la potencia de Alemania, acunó el advenimiento de un loco llamado Adolfo Hitler. Quien se propuso la dominación del mundo y exterminó «científicamente» seis millones de judíos.

Occidente tiene la suprema potencia para llamar al loco final; convencido hasta la obsesión de que un choque de civilizaciones amenaza a occidente y capaz de llevar a la humanidad a un holocausto apocalíptico. ¡No le empedremos el camino a ese loco!

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