Novelas dominicanas recientes: El turno de los malos, de Fernando Berroa

Novelas dominicanas recientes: El turno de los malos, de Fernando Berroa

Dos mundos figuradamente disímiles son vistos e inquiridos crudamente a través del lente de Emeterio Arroba, personaje central de la novela “El turno de los malos”, del joven escritor Fernando Berroa, quien con esta narración se alzó con el Premio Funglode de Novela 2012. El campo ensalzado de la cultura letrada se antepone al complejo y también mitificado mundo del narcotráfico. El texto propone que pasionalmente ambos escenarios no son tan opuestos como pareciera. Tan falso, deshonesto, pérfido y descompuesto puede ser el ambiente literario-imaginariamente superior ética y moralmente–, al terreno violento y obsceno del narcotráfico. Ambos universos, sin embargo, también se rigen por ciertos principios en los que la amistad, la solidaridad y lealtad une o separa a sus integrantes.
Talentoso y sobresaliente en su promoción literaria al ganar a su corta edad ya tres premios literarios en las modalidades de poesía, novela y ensayo, Fernando Berroa nos muestra a un Emeterio Arroba –que puede ser su alter ego– quien a su vez nos particulariza lo que fue la vida de David (El Alemán), un joven capo dominicano ambicioso, criminal, calculador y prepotente que controló en la década de los noventa una notoria banda de narcotraficantes. Arroba, por su parte, es un estudiante de literatura que aspira a convertirse en escritor y posteriormente en profesor universitario de literatura. El joven no tiene vínculos con el narcotraficante, pero al igual que todos los habitantes del barrio marginal donde reside conoce la historia, vox populis, de El Alemán.
Berroa despliega su arte narrativo apoyado en el pacto de la ficción realista. Delega en un escritor imaginario, Emeterio Arroba, contarnos la vida del narcotraficante. Lo metaliterario, en función de la metanovela, se constituye en eje céntrico de “El turno de los malos” desde dos atrayentes ángulos básicos. En el primero se invita a los lectores a ser testigos del proceso creativo de Emeterio en su praxis con la escritura. Reside en esta intención justificar y defender la poética narrativa que adopta Berroa. De aquí que el narrador exponga –a veces en tono didáctico– qué es la escritura creativa, cómo se logra construir un texto coherente en su inmanencia. Simultáneamente se lanza a explorar –y hasta denunciar– cuáles son los hilos que mueven el mundo editorial; qué representan los certámenes y premios literarios; quiénes, para qué y por qué participan en los concursos literarios, entre otras reflexiones del oficio de escribir y la cultura del libro. Se trata de un pretexto para desmontar intrínsecamente y de manera dura lo que desde sus perspectivas son y han sido ciertos periplos literarios dominicanos.
“El turno de los malos” escudriña reciamente en torno a la envidia, la intriga y los egos oceánicos que exhibe el comportamiento de algunos escritores. Igualmente inquiere sobre la crítica, el canon literario, los escritores mediocres, la ansiedad por publicar, triunfar y el cada vez más precario y saturado espacio de la circulación literaria. Muy al día en cuanto al quehacer literario dominicano, Berroa desconstruyedesde adentro muchas zonas del campo letrado dominicano sin tapujos. Desnuda el desencanto que suponen ciertos discursos de la llamada posmodernidad. Retrata así el desconcierto de lo que representan las coordenadas de las sociedades post en las que ciertos valores –antaño duros– como la verdad y los saberes, se invierten o degradan. Pero no es solo la corrupción del mundo literario lo que deja al descubierto Berroa, sino también el del narcotráfico en sus conexiones y paralelismos con el mundo social amplio.
A través de 26 segmentos, a saber: “Prolegómenos”, “La muerte”, “En busca de un editor”, “El funeral de un capo”, “El cineasta”, “El monaguillo”, “Guerra azul”, “New York”, “Los Buñuelo”, “El viajero”, “El lingüista”, “Por mi casa no hay ladrones”, “Tentaciones”, “La balanza”, “Camelia Montana”, “El punto”, “El regreso de El Chacal”, “Angélica”, “Caminos”, “Navidad”, “Disquisición I, II y III”, “La noche”, y “El aluvión”, Emeterio muestra el quebrantamiento y descomposición de la sociedad dominicana de los 80 y 90 del siglo XX y sus repercusiones en los migrantes dominicanos en NY. El Alemán, por ejemplo, entre otros personajes, transita entre la RD y NY, hecho que capitaliza el escritor para describir qué representó esa migración hacia el norte. Víctima de la mala prensa hay en la novela, sin embargo, atisbos de reivindicar a ese migrante que fue estigmatizado. Así lo expone en el capítulo “El viajero”:
“Los años noventa fueron la época dorada del dominicanyork. Término despectivo, pues no se usa para toda la comunidad de inmigrantes dominicanos en Estados Unidos… El dominicanyork era alguien que vendía drogas, pretendiendo llegar al sueño americano por atajos. Al poco tiempo de haberse ido regresaba con dinero y el cuello lleno de cadenas de oro. Vaya paradoja: Para ellos quienes estábamos equivocados éramos nosotros, los que no nos atrevíamos sumergirnos en el bajo mundo. El dominicano común y corriente, quien abandonó su país para trabajar como esclavo y apenas pudo mandar una que otra remesa, sabe que su imagen es una distorsión. Lo sufren, odian esa generalización, que los mezclen a todos en el mismo saco, que digan que los dominicanos van a Nueva York a vender drogas y otros horrores, porque en la mayoría de los casos no es así. Lo que pasa es que lo malo vende más, sale en los periódicos y así pagan justo por pecadores”. (El Tuno, Ed. Funglode, págs.59-60).
El recodo que determina lo metanovelístico reside en que los lectores leen la novela de la novela del protagonista. Lúdicamente Berroa coloca un gran espejo en el que observamos –al modo del cine– los hechos y sucesos que conforman los pormenores del texto novelístico. La historia de El Alemán se hilvana ante nosotros en concomitancia con la vida de Emeterio. En lo que sigue suponiendo el vuelco lúdico, la vida del joven ha sido contada en primera persona por el propio Arroba en su plan de concertar una historia que cumpla con los parámetros de lo que constituye su poética del arte narrativo ultrarrealista.
Estamos ante una novela paradójica:lo complejo y lo simple se entretejen. Una de las tareas del lector será descifrar y establecer las correspondencias entre Emeterio y David, cuyo paralelismo estructural es muy acertado. No obstante la dualidad, Berroa apuesta a la perspicacia y saberes literarios y cinematográficos de lectores activos que puedan reconocer lo simbólico y metafórico de los muchos referentes literarios, históricos, sociológicos, psicológicos, políticos, antropológicos, etc. que atraviesan el texto. Sin embargo, esa compleja intertextualidad se muestra a través de un registro lingüístico directo y diáfano que posibilita que la propuesta del autor sea comprendida por un amplio radio de lectores.
“El turno de los malos” es convincente y novela sagazmente bien articulada y construida como estructura narrativa abierta a múltiples posibilidades receptivas. Berroa agarra con mucha solvencia el mundo-referente y las instancias reales, imaginarias y ficticias que cuenta. Estamos ante uno de los jóvenes escritores dominicanos más perspicaces. Ojalá que editoriales internacionales de altas cuotas difusivas empiecen a poner el ojo en escritores dominicanos de la calidad de Fernando Berroa. Con voces como la suya, entre otras, la novelística dominicana estará bien representada en los circuitos narrativos internacionales.

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