¡Peligro!

¡Peligro!

La temporada ciclónica de este año, que concluye el venidero 30 de noviembre, ha sido terrible. Ahora mismo se enfrenta, en el área, la tormenta Alfa, reiniciándose el nombre de los fenómenos atmosféricos con la primera letra del alfabeto, después de agotar dicho alfabeto, de la a) a la u) con los meteoros desatados en lo que va de temporada.

Los dominicanos, hasta el momento, hemos tenido relativa buena suerte, pese a las inundaciones que han afectado distintas zonas, pues ha podido preservarse lo más importante, la vida humana.

Esas inundaciones se pueden considerar, prácticamente, asuntos de segundo orden, ante la tragedia vivida por Estados Unidos, México y Centroamérica, donde la muerte y la destrucción han sido verdaderos azotes.

Hace unos días, el centro mexicano de veraneo, Cancún, sufrió daños cuantiosos y tomará mucho tiempo devolver su esplendor a ese centro turístico de importancia. Por cierto, hay informes extraoficiales de que hoteleros del país que cuentan con inversiones turísticas en Cancún, han sufrido serias pérdidas allí.

Estados Unidos, desde Florida hacia el norte, ha sido vapuleado por huracanes de fiereza extraordinaria, que han dejado cuantiosas pérdidas materiales.

Felizmente, tanto en los Estados Unidos como en México se han tomado sabias medidas previsoras y por eso las pérdidas en vida han sido mínimas, con la sola y lamentable tragedia provocada por Katrina en el histórico New Orleans, donde aún se ignora el número de muertes.

Eso no ha ocurrido en América Central, especialmente en Guatemala, donde terribles inundaciones han borrado pueblitos del mapa, sepultando poblaciones formadas, en su gran mayoría, por gente pobre y por indios, que es decir lo mismo. Nuestro país, que en el pasado reciente ha sido víctima de violentos huracanes, tiene que vivir en permanente estado de alerta, sobre todo para salvar vidas.

Ha sido imposible, hasta el momento, desalojar orillas de ríos como el Isabela y el Ozama, donde miles de familias de escasos recursos que se instalan allí. Se puede presumir, sin exageraciones, que la mayoría de esas familias han huido del campo buscando mejor vida en la ciudad. Y cuanto logran es empobrecer aun más el campo y complicar el desenvolvimiento normal de la propia ciudad.

Uno de los gobiernos del doctor Joaquín Balaguer construyó una grande y moderna urbanización para alojar allí a gente que vivía alrededor del Ozama. Pese a las anomalías registradas en la entrega de viviendas, la mayoría de las mismas fueron facilitadas a esas gentes que siempre está expuestas a los peligros. ¿Y qué pasó? Que poco tiempo después comenzaron a vender las viviendas y a retornar a las orillas del Ozama, sin que el gobierno tomara medidas drásticas, como las de castigar a los adquirientes de los apartamentos y desalojar a quienes desean las orillas de un río por morada.

Este es un problema muy serio que se presenta a la sociedad dominicana. Sabido es que mucha gente trata de construir en sitios peligrosos, a la espera de que el Estado desarrolle planes de viviendas y entonces conseguir la suya.

Cada vez que hay un anuncio de tormenta, los organismos encargados de socorrer a las personas tienen que advertir quienes viven en las orillas de los ríos de los peligros a que se exponen y más aún, sacar algunos a la fuerza, pues se resisten a dejar abandonados sus ajuares.

Hasta ahora hemos tenido suerte, en el Distrito Nacional, pues ninguna crecida del Ozama o del Isabela ha provocado una tragedia con incontables pérdidas de vidas humanas.

Pero, ¿Será eso siempre así?

La indolencia gubernamental, desde hace muchos años, patrocina la aventura de miles de dominicanos que «gustan» vivir al borde de cañadas, a la orilla de ríos, en áreas de ríos que aparentemente han desaparecido y en las laderas de montañas. Y ese patrocinio es por omisión o por comisión.

Esa es una situación que tiene que ser corregida a la mayor brevedad, pues resulta imposible no darse cuenta de que, cada año, son mayores los peligros que brindan las tormentas, los huracanes y las inundaciones.

Penosamente, con caricias y sanos consejos no se resolverá la situación.

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