Pesos al aire

Pesos al aire

ROSARIO ESPINAL
La noticia de que Amable Aristy Castro lanzó billetes desde un helicóptero para ganar adeptos en la contienda por la nominación del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) desató lamentos y carcajadas políticas. El asunto podría registrarse en los anales de la jocosidad política dominicana, o en el libro de los espantos de una sociedad donde algunos dirigentes políticos y segmentos poblacionales ejercitan prácticas grotescas de clientelismo político.

También ha sorprendido la franqueza con que el candidato reformista justifica los medios  para atraer seguidores, y de consuelo, muchos desalentados han concluido que todos los políticos son iguales.

Así, las primarias de los tres partidos, esperadas como un acontecimiento que mejoraría la democracia, parece haber dejado más decepciones que esperanzas.

En el PRD, la consigna vergüenza contra el dinero fue derrotada. En el PLD, los perdedores proclamaron que el todopoderoso Estado frustró la alternancia. En el PRSC, los pesos al aire cerraron el paso al candidato más potable.

Ahora la política dominicana parece estar peor que hace seis meses, cuando no se sabía quiénes serían los candidatos.

Para inyectar optimismo al debilitado panorama electoral dominicano, surgió en días recientes el rumor de que los derrotados formarían un bloque unificado. La especulación demostró incomprensión de los procesos electorales. La política es poder y el poder emana de distintas fuentes.

Los perdedores de las primarias mostraron no tener suficientes medios para ganar, ya fuera por falta de dinero u otras carencias. Ahora tampoco tienen la capacidad de convertir sus derrotas en victoria.

Si calculan sus opciones con la cabeza no se retirarán de sus partidos, sobre todo, que el gobierno del PLD tiene ya una capacidad reducida para absorber disidentes. Hasta el clientelismo estatal tiene sus límites.

Devaluados o revaluados, los pesos lanzados se impusieron en las primarias, lo que no quiere decir que los perdedores no recurrieran a ellos. Simplemente les faltó otro encanto, o la triquiñuela, que en la lucha electoral asegura victoria. Cierto, hoy día no hay triunfo electoral sin dinero, como tampoco hay éxito en los negocios, en el arte, e incluso en las religiones que buscan constantemente nuevos devotos.

El costo de la vida y las expectativas de bienestar de la gente hacen cualquier presupuesto insuficiente y la política no es excepción.

Por eso no debe extrañar la aberración clientelista en un pueblo donde amplios sectores carecen de un mínimo bienestar para satisfacer sus expectativas.

Como me expresaron recientemente dos jóvenes: «el peledé se portó muy bien en mi campo el día de las madres, rifó de todo», la otra, «Amable repartió en mi barrio hasta vitaminas para embarazadas; yo me las tomé».

Para entender el fenómeno del clientelismo no se requiere sociología sofisticada ni un profundo análisis antropológico de la cultura dominicana. Sencillamente, el clientelismo es un mecanismo esencial en la distribución de recursos públicos en la sociedad dominicana. Sólo varía lo que se reparte y, a veces, la forma en que se hace.

Mientras el gobierno reparte alimentos, dinero, empleos o un apartamento, la oposición reparte dinero, productos y expectativas de futuros beneficios.

¿Qué pasó entonces con las ideas, las utopías y el compromiso social?

Eso florece en una de estas circunstancias: cuando amplios sectores sociales son excluidos de los beneficios por un poder dictatorial que produce rebelión de la gente, cuando surge algún líder mesiánico que desata ilusiones, o cuando prevalece el raciocinio democrático típico de la modernidad.

Ninguna de estas tres condiciones se presenta en la República Dominicana en la actualidad.

No hay un régimen dictatorial para combatir, no hay un líder mesiánico que cautive las masas, y la realidad económica del país no alcanza para producir una democracia moderna fundamentada en la racionalidad pública.

Cierto, los pesos de Amable constituyen un descaro clientelista, pero su accionar no es novedoso en la política dominicana.

La diferencia con el pasado radica en que los líderes políticos que le precedieron tenían otras características que adornaban su liderazgo.

Joaquín Balaguer, mentor de Amable Aristy, se divertía no sólo con las dádivas que otorgaba a los pobres en fechas especiales, sino también con mantener a todos sus funcionarios bajo el temor de caer en desgracia. Y qué decir de Rafael Leonidas Trujillo, que se divertía con la muerte de sus adversarios.

La política dominicana ha progresado. Los jefes no se divierten ya con la muerte de sus súbditos, sino con los cargos y bienes que reparten para ver la garata. Al paso que vamos tomará 100 años alcanzar una democracia sensata.

Para lograrlo, no es suficiente demandar mejor comportamiento de los políticos, sino también hacer introspección y pensar cómo se comporta cada cual y qué contribución hace para construir una sociedad más próspera y justa. Esto es condición indispensable para que artimañas como los pesos al aire sean impensables.

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