Raphael

Raphael

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Uno de los momentos más grandes de la larga carrera artística de Raphael –el que sigue siendo aquél, según comprobaron recientemente los dominicanos en sus exitosos conciertos realizados aquí– ocurrió en 1985, cuando el llamado “Niño de Linares” celebró en grande sus 25 años en el arte. De eso, ya han pasado casi dos décadas.

La visita del ídolo español fue tras someterse a una delicada operación de trasplante de hígado y lanzar un nuevo álbum alusivo a esta nueva etapa de su vida.

Tuve la suerte de ser invitado especialmente por Raphael Martos (su verdadero nombre) a Madrid para estar presente en la celebración de su cuarto de siglo como cantante y la verdad es que no creo que exista otra estrella hispanoamericana contemporánea que haya celebrado un hito así y en forma tan monumental.

La fiesta tuvo lugar nada menos que en el inmenso estadio Santiago Bernabéu de Madrid –la sede del popular club Real Madrid– y las entradas, aunque gratuitas, fueron distribuidas por la cadena de tiendas El Corte Inglés, por lo que estuvo repleto en todos sus rincones.

La celebración contó con el apoyo de un long play –todavía no se imponía el disco compacto, estaba recién entrando al mercado– que llevaba el sugerente título de “Yo sigo siendo aquél”, el que traía éxitos como “Dile que vuelva”, “Tu cuerpo, mi refugio y mi rincón” y “A veces me pregunto” (dónde estoy).

Desde que llegué al aeropuerto Barajas de la bella y acogedora capital española, comencé a recibir las finas atenciones del superastro, siendo recogido en un flamante automóvil Peugeot por un chófer que estaría a mi disposición durante toda mi visita.

Claro que esas atenciones no eran producto de un arranque de generosidad espontáneo de Raphael, sino el resultado de una larga amistad que comenzó a principios de la década del 70 en Washington, donde lo entrevisté para la emisora hispana local donde yo era disc-jockey. Almorzamos un gélido día invernal en el restaurante del famoso hotel Watergate –el que adquiriría notoriedad por haber sido el sitio donde ocurrió uno de los mayores escándalos políticos de la historia de Estados Unidos, el que al final le costó la Presidencia a Richard Nixon– y Raphael llegó vistiendo un abrigo de visón que le llegaba hasta los talones.

En esa ocasión ofreció un concierto en el Constitution Hall, donde aparte de sus éxitos en español interpretó temas en inglés como “Riders in the Sky” (Jinetes en el cielo) y “Going Out of my Head”, pero luego no puso el empeño necesario para conquistar el mercado anglosajón, como lo hizo posteriormente con enorme éxito su compatriota Julio Iglesias.

Años después nos encontramos en Nueva York, cuando su compañía disquera, CBS (hoy Sony Music), organizó una serie de entrevistas con motivo de varios conciertos en el Radio City Music Hall, y luego en Atlantic City, la ciudad de los casinos vecina a Nueva York, donde nos tomamos la foto que ilustra esta crónica de recuerdos.

En Santo Domingo lo vi a fines de la década del 80 en el hotel Dominican Fiesta, cuando vino a cantar en el Teatro Nacional contratado por el empresario especializado en artistas españoles, César Suárez.

Poco después me invitó a conocer su mansión de Key Biscayne, un cayo de Miami, la que había construido originalmente Nixon como su Casa Blanca en el sur de la Florida y que luego vendió al astro español. Allí compartía temporada con su esposa, la periodista de sangre azul Natalia Figueroa, y sus hijos, y le servía como base para las constantes giras por Estados Unidos y el resto del continente americano.

Aparentemente recuperado del trasplante de hígado, y en plena gira mundial, se puede decir sin lugar a equivocarse que Raphael ha dejado una huella como uno de los cantantes de habla hispana de mayor éxito en la historia de la música. Las reseñas de la prensa dominicana de sus recientes conciertos así lo atestiguan.

*El autor es periodista chileno, de larga trayectoria internacional, desde hace poco residente en el país.

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