“Esa perra que ladra…”

“Esa perra que ladra…”

Cantan los gallos a lo loco y sin parar. Amanece. “Mi casa ya no es mi casa” decías anoche en un video que me hizo llorar. Decime Lichi, hay una perra que ladra… ¿es la tuya o la mía?
Así empecé una historia de vida después de enterarme por Internet de la muerte de Eliseo Alberto, de leer una sentida página de Haroldo Dilla en Cuba encuentro y de mirar un video donde lo entrevistan en su departamento de DF.

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Después, leí sin pausa y de nuevo Caracol Beach, Informe contra mí mismo y un libro que me regaló Bruno Cuello enviado desde París para mi cumpleaños del 2007, “Dos cubas libres”. Los tengo a todos en mi biblioteca de Cuba. Saqué las entrevistas que hicimos en 1998, en HOY en la cultura cuando visitaron el país en gira promocionando el premio Alfaguara Sergio Ramírez Mercado por “Margarita está linda la mar” y “Caracol Beach”.

En plan lírico seguí escribiendo: “Desde el domingo que leí en Internet tu muerte, me puse a llorar y no lo vas a creer, la perra joven se puso a ladrar, me tironeó del pantalón, me rondó como cuando me recuerda su paseo de la tarde, me ladró con fuerza hasta que frente a la ventana del estudio empezó a subir y bajar acelerado un picaflor. Entonces me di cuenta que los fantasmas que uno quiere siempre vuelven. Emilio, mi amigo cubano del AGN, el que relaté en “Querido Emilio, se asomó en ese colibrí que atraviesa penas, exilios… y pedí como la vieja santera de Regla, y dije: «Pido coño por todos, para mí misma, y para el descanso en paz de los que están en el más allá.

La perra mía como tuya empezó a ladrar porque las dos lo hacen cuando se habla de poesía”. Así seguí, en tren cursi y melodramático como vos decías, “en comemierda cursilón”.
¿No decís eso en esa entrevista que me hizo llorar sin pausa?
“Esa es mi perra Luna, se pone a ladrar cuando hablan de poesía”.

Seguí llorando, empecé a leer tus libros, repasé esa triste y candorosa entrevista en Méjico donde con suavidad de doncella recordás tu juventud, tus comidas, tus desbordes etílicos, tus amigos, a tu padre, sobre todo ese consejo ese consejo que te daba tu padre. Ese de que no evadieras la ternura porque esa debilidad o lo que vos creías debilidad era tu enorme fortaleza.

Después, vino la semana, la lluvia, la lectura y la reflexión y entonces hoy sábado 6 de agosto del 2011 me siento a escribirte y escribirme.
Para Raúl Rivero,
en su casa de La Habana…

EN EL MURO DEL MALECÓN
Si me obligan, me robaré La Habana.
La romperé, verás, con un martillo.
Traeré de contrabando, en el bolsillo,
la noche, nuestro mar y tu ventana.
Si me obligan, me robaré el pasado.
Me llevaré mi calle y sus portales,
tu juventud, un verso, las postales
de esa islita que el odio me ha negado.
Si me obligan, me robaré La Habana
piedra por piedra, amor, pena por pena.
Mi vida rompo, guardo los pedazos.
Escapo antes que sea de mañana.
Me verás dando tumbos por la arena
como quien lleva a su mujer en brazos.
Eliseo Alberto de Diego
(…) “O estás en la isla o en el exilio, aunque hay gente que sí lo ha podido hacer. Para mi última novela, Esther en alguna parte, hice el ejercicio de escribirla como si lo hiciera desde La Habana. Pero todas son trampas de la nostalgia y de la melancolía. El hecho cierto es que vive uno en Cuba o fuera de Cuba y se acabó. Una de las peores cosas del exilio es que nada te recuerda algo. Claro, con el paso del tiempo ya vas acomodando una reserva de recuerdos, que a fin de cuentas te empiezan a acompañar. Eso de la nostalgia es un mal negocio, hay que escribir donde uno vive y desde ese lugar, sin mirar pa’trás ni pa’ los lados. Un escritor nada más puede mirar pa’lante”.

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Desde hace 48 años no han cambiado. O han variado muy poco. Los que han cambiado son los jugadores en el campo y los espectadores en las gradas, no los directivos ni los jueces. Quedan, en el banco, viejos verdugos. Pero estamos dentro de ese juego, no fuera. «No quiere ser un héroe, / ni siquiera el romántico alrededor de quien / pudiera tejerse una leyenda; / pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra, / fatalmente condenado a su época», dijo Heberto Padilla en su poema El hombre al margen”.

“Las islas son un sitio donde alguien llega y de donde alguien se va, y para ambos acontecimientos hacemos una fiesta. El horizonte es el límite de nuestra casa”. Recordé fragmentos de su Informe y entonces lo supe, al cabo de la alharaca Eliseo Alberto es un caracol ensimismado, que lleva su hogar en la memoria y se aísla en la espiral devoradora de la palabra.

Buena vida, pasiones y fotos de los niños lindos de la revolución.
La sección Moda y Estilo del New York Times comenta el libro de un fotógrafo estadounidense que ha sacado a la luz lo que era desde hace décadas un secreto a voces: una Cuba de lujo se levanta para los “hijos de papá”.
En Habana Libre (Damiani Editore) de Michael Dweck quedan capturados en un entorno glamoroso los rostros de los hijos de Fidel Castro, Ernesto Guevara y otros dirigentes, además de artistas, modelos, cineastas, escritores (que el fotógrafo denomina la clase creativa).

El propio autor define su libro como una “narrativa de la clase privilegiada” que se compone de los hijos de los dirigentes históricos y de la elite intelectual y corporativa de la isla.

“Esta será la próxima generación cuando Cuba se abra, en un año o dos”, declaró Dweck a The New York Times. Pero en la opinión de Juan Almeida, hijo del fallecido comandante de la revolución Juan Almeida Bosque, la clase se extiende más allá: “deberíamos incluir a esos nietos de papá que viviendo en una sociedad inmóvil esnifan su cocaína en el Salón Rojo del Capri, se aparean con prostitutas de moda y siguen inmovilizados en esa feria revolucionaria a la que no llamo corrupción sino simple oportunismo”.1

Carlos Alberto Montaner escribe en su blog:
(…) “Era amable, simpático y un excelente escritor. Hijo de Eliseo Diego, uno de los mejores poetas del siglo XX cubano y de Bella García Marruz, y sobrino de Cintio Vitier y de Fina García Marruz. Lo traté poco, porque él se exilió en México y yo en España, pero me pareció una persona muy agradable e inteligente. Su libro Informe sobre mí mismo fue un golpe demoledor contra la dictadura cubana.

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En esa obra contó cómo la Seguridad del Estado, la implacable policía política cubana, lo había reclutado mediante diversas presiones para espiar a su propio padre, pese a que este no era exactamente un opositor. La revelación cayó como una bomba en los medios intelectuales españoles y latinoamericanos que todavía conservaban ciertas simpatías por el régimen de los Castro: ¿qué clase de Gobierno era ese que utilizaba al hijo de uno de los mejores escritores del país para buscar información contra su progenitor? Alguien tendrá que escribir la historia de esta familia talentosa y, a ratos, contradictoria (¿quizás Fefé, la hermana gemela de Eliseo?).

Sería un libro fascinante que tocaría a figuras como Lezama Lima y Gastón Baquero, miembros del Grupo Orígenes, y luego continuaría con la generación de Eliseo Alberto”.

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