Sentir las madrugadas

Sentir las madrugadas

Hay quienes dividen los hombres entre dormilones y madrugadores. En la ciudad de Nueva Orleans se dice que el dormilón no siempre es perezoso. Puede ocurrir que haya pasado la noche en “Preservation Hall, escuchando música de “jazz”. En la más famosa vía de la ciudad del Mississippi, Bourbon Street, hay comidas, bebidas, espectáculos, esto es, muchos motivos para acostarse tarde. Quien se acuesta al amanecer, no podrá levantarse temprano, inevitable consecuencia fisiológica de la vigilia y el alcohol. Pero habrá escuchado unos ritmos que, como está probado, favorecen la buena salud. Trompetas con sordina, contrabajos pellizcados y trombones de vara, estimulan la circulación de la sangre.

Allí duermen bien todos los que emplean sus noches en menesteres musicales, sin más drogas que un poco de whisky o uno que otro “cocktail” de los llamados “huracán”, a pesar de que los sirven en unos vasos largos como pantallas de lámparas de “kerosene”. Un trasnochador musical es capaz de dedicar ciertos días a levantarse temprano de su cama. En este caso escuchará, antes de ver subir el sol, docenas de aprendices que aspiran a tocar el clarinete. Los enfebrecidos aficionados al clarinete son como los pájaros de las montañas que cantan al amanecer; forman parte de las madrugadas del “French Quartier”.

Los madrugadores que se acerquen a ver la marcha inexorable del río hacia el delta, gozarán de las delicias que no disfrutan los noctámbulos de esa ciudad multifacética, al mismo tiempo francesa, española, norteamericana, chinesca, indígena y negroide. Es una experiencia inolvidable sentir cómo empieza a clarear el día, cómo van surgiendo barcos de vapor, clarinetistas y vendedores de mercadillo, al borde del muelle de la vieja “urbe fluvial” de la Luisiana. Es maravilloso asistir al despertar de un gigante.

La sensación dominante es que el cosmos se despereza en el cielo, en el agua, en la tierra; que un gran titiritero empieza a mover las personas que deben entrar en acción para que “funcione el mundo”. Lentamente va llegando el ruido, aparecen automóviles, bicicletas, furgones de reparto; más tarde las calles son invadidas por los oficiales de la limpieza. La energía se despliega, penetra por ojos, nariz, oídos. El día se pone en pie.

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