Solidaridad

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A dominicanos y haitianos, coprotagonistas antagónicos en el pasado histórico, ahora les toca compartir un dolor común, tan común como la indivisible territorialidad, causado en esta ocasión por el ímpetu indomable de las fuerzas de natura.

Será difícil establecer el número exacto de muertos causado en ambos países por el desbordamiento de un río que la barrera idiomática y cultural ha bautizado como Blanco en el lado dominicano y como Soliette en el lado haitiano. Ahora bien, el sentido del flujo migratorio furtivo (que, por cierto, ha sido el mismo de la riada) permite calibrar, sin lugar a dudas, de qué lado está la mayor vulnerabilidad, en qué parte es más difícil enfrentar el desastre para impedir que sus efectos multipliquen muertes y dolor.

Sabida, como efectivamente es, esa diferencia de capacidades, los dominicanos estamos en el deber de manifestar hacia los haitianos un gesto de solidaridad ante un dolor que, siendo común y compartido, tiene en Haití efectos más dramáticos y devastadores que en el lado nuestro, sin minimizar para nada la catástrofe de Jimaní.

Por el mismo hecho de que en Jimaní hemos sido terriblemente afectados por tantas muertes y destrucción, en términos materiales quizás sea poco lo que podamos aportar para mitigar la parte del mismo dolor que ha correspondido a los haitianos. Aún así, no estamos impedidos de aportar ayuda humanitaria en términos de servicios de socorro, de prevención de enfermedades, de alimentos y agua potable y otros recursos que tenemos en mayor cuantía que los haitianos. Definitivamente, hay que arrimar el hombro a quienes, de alguna forma y por alguna causa, son más vulnerables -y discriminados- ante la tragedia.

[b]II[/b]

Vistas las cosas de ese modo, comencemos sin tardanzas a diseñar un plan de ayuda para los damnificados de Haití. Comencemos por darles aunque sea una pizca de lo que hemos recibido como maravilloso gesto de solidaridad interna y externa, pues muchos de nuestros amigos en muchas partes del mundo han mirado hacia el lado oriental de la Hispaniola con un gesto humanitario, que dicho sea de paso, agradecemos profundamente.

Por cierto que, hablando de esa solidaridad, ahora reparamos que ha sido más visible y contundente hacia el lado nuestro, para nuestros damnificados de Jimaní, que para el lado haitiano, para los que fueron castigados por la misma tragedia. Si al río le llamamos Blanco o Soliette, ello no modificaría en nada el ímpetu de sus riadas ni la magnitud de la devastación. Ni sus consecuencias de lado y lado.

Por eso, porque la solidaridad internacional parece ser generosa hacia nosotros, pero en cambio tímida, mezquina y discriminatoria hacia los haitianos, los dominicanos estamos en el deber de trasegar hacia Haití, vía sus autoridades diplomáticas locales, parte de la solidaridad que hemos ido recibiendo.

Si los haitianos emigran hacia la República Dominicana buscando mejores condiciones de vida ()acaso atraídos por el «sueño dominicano»?), es porque en su tierra son más vulnerables y pobres. Compartamos con ellos la ayuda recibida, que a lo mejor con ello logramos sensibilizar a los «grandes amigos» de Haití para que, ante una tragedia común, desvíen un poquito la mirada hacia el castigado y vulnerable lado oeste de esta Hispaniola de nuestros amores, de nuestros dolores.

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