En nuestro país, uno de los problemas estructurales de la educación es el poco tiempo de docencia por jornada, que según estimaciones oficiales es de solo tres horas promedio.
La parte más grave de este déficit no es el término absoluto del tiempo de docencia impartida, sino fundamentalmente el rendimiento o aprovechamiento de tan limitado tiempo.
En su formato actual, una jornada matutina de clases tiene lapsos cautivos que no han sido modificados por mucho tiempo. Desde la hora de entrada a las aulas del tiempo de docencia hay que descontar el tiempo destinado al desayuno, las pausas entre asignaturas y el descanso o recreo. Eventualmente hay que sumar a esto las horas que gastan los profesores en reuniones sindicales o de otras índoles y el tiempo de paralizaciones o protestas.
En el aspecto operacional sería interesante medir el grado de aprovechamiento de los estudiantes o rendimiento de los profesores durante el promedio de tiempo de docencia.
En la generalidad de los planteles públicos, el número de estudiantes por aula/maestro excede con mucho el cupo óptimo para un buen rendimiento. Esto podría determinar que en términos de aprovechamiento las tres horas promedio no son tal cosa, sino mucho menos.
-II-
Planteadas las cosas en estos términos, hay que concluir que si el Gobierno está empeñado en mejorar la enseñanza, autoridades y maestros tienen que unificar criterios con el propósito de hacer las transformaciones necesarias para lograr jornadas de enseñanza más provechosas, no solo en términos de horas, sino fundamentalmente de rendimiento de los docentes y aprovechamiento de los estudiantes.
De primera intención, parece inevitable que se trabaje en redistribuir y quizás aumentar el tiempo de tareas en el aula, de modo que se pueda aprovechar mejor cada jornada.
Los profesores tienen una parte de responsabilidad en estas deficiencias de la educación, pero no se les puede culpar por tener que trabajar dentro de un formato y una distribución de tiempo que no ha sido establecida por ellos.
Culpar a maestros o Gobierno dejaría intacto el problema y eso es lo que obliga a la búsqueda de fórmulas de solución técnicamente acordadas.
El otro aspecto corresponde a la política, que da lugar a retaliaciones y sobresaltos en un ámbito en que la armonía es imprescindible. Cuando se excluya el laborantismo, de parte y parte, las cosas pueden empezar a marchar mejor y tres horas de docencia podrían ser, en términos de rendimiento, mucho más que lo que son en la actualidad.
¿Hora de cambiar?
Los médicos paralizaron ayer las consultas y las cirugías en los hospitales de Salud Pública y el Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS). El método de lucha y las demandas son los de siempre.
Todo el que se esfuerza por lograr una meta adopta un método y de vez en cuando hace inventario de logros y fracasos con la finalidad de hacer ajustes que mejoren las posibilidades de éxito.
Con tantos paros y huelgas, los médicos han conseguido muy poco de lo que reclaman y cuya justeza no ponemos en entredicho. En contradicción con sus pliegos de demanda, cada vez que paralizan los servicios hospitalarios empeora, en vez de mejorar, la atención sanitaria para los más necesitados. ¿No será que es hora de cambiar el método de los paros por otro más auspicioso?