En Licey al Medio, el raso del Ejército Nacional Leandro Castillo Calderón fue muerto el martes de un balazo a la cabeza durante una protesta estudiantil en demanda de obras y designación de personal. No hay forma de justificar que el ingrediente de la violencia se haya manifestado de manera tan cruenta en una protesta que se suponía meramente estudiantil, por motivos que no justifican tan luctuosa contundencia.
Los estudiantes alegan que un infiltrado armado, que está entre los detenidos para investigación, habría disparado contra el militar cuando éste trataba de despejar la calle por donde transitaba en un camión.
En cualquier caso, los estudiantes, y particularmente los precursores de manifestaciones de protesta, deben sopesar muy bien el carácter y la magnitud que dan a esas movilizaciones que, o resultan desnaturalizadas por infiltrados o convertidas en excesivamente violentas por sus auspiciadores.
Disociado de este suceso, pero preocupante también, es el caso de unos menores de edad de La Yagüita del Pastor, en Santiago, que fueron arrestados por tener en su poder tres ristras de cápsulas para ametralladora M-30.
Ahí tienen las autoridades dos tareas en las que deben llegar al fondo de la verdad.
¿Invisibles?
Los casos de robo de vallas, verjas y tarjas metálicas se han multiplicado en las últimas semanas en la capital y sus periferias.
Verjas completas han sido desmontadas de residencias y negocios por gente bien equipada y con muchas habilidades en estos menesteres.
A pesar de las abundantes denuncias sobre esta situación, no se tiene noticias de que las investigaciones hayan dado resultado.
De una fuente usualmente veraz hemos sabido, sin mayores detalles, que las autoridades tendría indicios de que al menos una de las bandas dedicadas al robo de metales parecería estar apadrinada por gente de rango.
Ahora bien, los metales robados tienen un destino muy específico. No hay tantas fundiciones ni depósitos de chatarra en la ciudad como para dificultar una investigación que permita capturar a los autores de estos robos.
Si añadimos a esto que es muy reducido el número de fundiciones que compran metales robados, tendremos un ámbito de investigación que no debería dificultar conclusiones.
El robo de metales ha sido aquí una práctica aparentemente intocable.
Se roban los cables del alumbrado de un puente como el Juan Bosch y las autoridades no encuentran a los responsables.
Todo hace pensar que las redes de ladrones de metales tienen mayor sagacidad que los investigadores, o que éstos no han tenido capacidad para llegar hasta donde deben llegar.