Zona  de desastre

Zona  de desastre

Fango, hoyos y caos de tránsito es lo que existe hoy en día a lo largo de ese eje vial que es la avenida Duarte, que junto con algunas de sus calles transversales y paralelas, constituye el núcleo del comercio del más numeroso sector poblacional  de Santo Domingo.

Fuente de vida y trabajo para una cantidad  increíble de hombres y mujeres de negocios de todas las categorías.

Centro tradicional y normalmente superpoblado de proveedores y clientes en muchos ramos mercantiles.

Esa Duarte que de manera solemne el  gobierno y el Ayuntamiento del Distrito Nacional se comprometieron  en el año 2005 a rehabilitar y dar orden a su desenvolvimiento en seis meses, es en estos momentos, como dicen los propietarios organizados de los negocios del lugar, una zona de desastre.

Este ofensivo incumplimiento ha puesto en trance de quiebra a muchos establecimientos que son efectivos agentes de retención de recursos para el fisco y de generación de empleos para miles de personas, creándose  una situación verdaderamente vergonzosa en  una céntrica área de la capital de la República.

Llena de escombros, bloqueada, sucia  y arrabalizada  por buhoneros y terminales de transporte sumidas en caos, la vía escogida para honrar al más ilustre dominicano parecería la reproducción de algún ambiente de un remoto país a medio civilizar.

Promesas van, promesas vienen, el gobierno y el Ayuntamiento se dedicaron en los dos últimos años a darle largas al asunto.

Actuando con irrespeto a su propia palabra empeñada han pisoteado los planes y desvelos de quienes  ya estaban asentados en la más viva arteria comercial de la ciudad;  confrontaban problemas ambientales  y de falta de organización  pero  lograban llevar su vigorosa vida comercial sin mayores consecuencias.

                                                             II

De repente llegan las autoridades y comienzan a construir con planes bien decididos y plazos para terminarlos. Luego, con la misma espontaneidad con que llegaron, un día se largaron  a poner más énfasis y recursos en otros proyectos.

Desde que hundieron a la Duarte para “remozarla” el Ayuntamiento no ha parado de gastar una fortuna en replantar palmas en sitios en los que la gente vivía en  paz, habituada a los árboles frondosos que ahora son execrados.

En lo que al  Estado respecta, otras obras preferidas, costosas y controversiales que devoran más recursos presupuestales que varias secretarías, han seguido una marcha arrolladora, además de que  no se vaciló en destinar cientos de millones de pesos  en busca de la simpatía de un sector residencial  importamente pero de menor densidad de población  que la Duarte, concentrándose  en la improvisación de una obra de ornato que hoy está bajo cuestionamiento, pues aparentemente no bastó para resolver un grave problema de drenaje y sanidad.

El incumplimiento con las obras de la Duarte genera motivos para desconfiar mucho  de algunos  métodos y decisiones de  ciertas autoridades.

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