Evocar sin remedio

Evocar sin remedio

El martes 19 de julio las banderolas de la nostalgia ondearon por doquier. Sin remedio, con la certeza de lo irrecuperable y la sempiterna reminiscencia, distorsionada a veces, magnificada también. Porque es preferible convertir la doliente realidad en fantasía, por esa tendencia, tan humana, que desecha derrotas y esconde fracasos, esa costumbre que encubre responsabilidad y atribuye culpas a otros. El hábito de olvidar yerros y continuar errando cuando la conveniencia manda. 20 años después de la entrada gloriosa a La Habana, de la llegada de Fidel a Santiago, del estruendo provocado por los titanes de Sierra Maestra, hoy acallado por la incertidumbre y un torvo empiece. 20 años después del contagio libertario que anduvo por el mundo y mantenía alerta a EUA, para evitar otra Cuba, el Frente Sandinista de Liberación Nacional –FSLN- logra derrotar la dinastía Somoza, vigente en Nicaragua desde el 1934, representada por Tachito, el más cruel de la familia, como confesó, en una entrevista, su hermano Luis.
Desde aquel 19 de julio de 1979, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, provenientes de todos los lugares del planeta, convirtieron el país más grande de Centroamérica en santuario. Territorio de peregrinación y arrojo. La solidaridad ocupó ese espacio lacustre y volcánico, con aguaceros diluvianos y estremecimientos telúricos que desbordan lagos, develan raíces, hunden ciudades y arrodillan al más guapo para pedir a Minguito, el santo patrón, la salvación. Luego de la clarinada rojinegra, familias y poblados destruidos, mujeres violadas, mutilados, indígenas, habitantes de montañas y costas, de regiones ignotas, recibían el auxilio y la entrega de personas dispuestas a realizar el sueño de Sandino y Fonseca, sueño multiplicado en cada una de las víctimas de la epopeya, en cada militante de la esperanza. Con hambre y sed, con el dolor por tantas pérdidas, se unían las manos negras, amarillas, blancas y levantaban barricadas de gloria. Poesías y canciones motivaban el empeño. Rutinas agotadoras, noches sin más lumbre que la chispa furtiva de un fogón lejano, no arredraban la voluntad de cambio. El miedo había quedado en los campos de batalla, la percepción era de grandeza y triunfo.
Grupos de nórdicos, caribeños, mediterráneos, legiones de mujeres que aspiraban la estatura de Mónica o Dora María, atravesaban montes, cruzaban carreteras, caminaban desde Masaya a Managua, sin el menor temor, con la convicción de vivir la quimera de la igualdad y del mundo diferente que prometía Edwin Cruz en su poema de encarcelado, convertido en uno de los himnos cotidianos: “Mañana hijo mío, todo será distinto. Sin látigo ni cárcel. Ni bala de fusil que reprima la idea. Caminarás por las calles de tus ciudades, en tus manos, las manos de tus hijos, como yo no lo puedo hacer contigo”. Porque Tomás Borge, bravío y poeta, le entregó a Mejía Godoy, el cantor sandinista, las letras de su elegía a Fonseca y la multitud repetía como mantra: tayacán, vencedor de la muerte, héroe de la patria rojinegra, Nicaragua entera te dice presente. Miedo imposible porque entonces la carabina del líder disparaba auroras y no quería más sangre.
Mientras la transformación ocurría, mientras el compromiso era consigna e involucraba a la mayoría y la ciudadanía acogía en sus casas a tantos convocados por la utopía, algo comenzó a minar la cohesión del FSLN. Algo comenzó a infectar el equipo que integraba la Junta de Gobierno. Quizás entonces se gestaba el trastrueque de Sandinismo en Danielismo y algunos lo intuían. Fue la piñata y la codicia, la lascivia y la impunidad, el engaño y la desidia.
La derrota electoral del FSLN- 1990-, atizó la debacle, afirma Sergio Ramírez Mercado, vicepresidente sandinista en “Adiós Muchachos”- Memoria de la Revolución- y trajo consigo el derrumbe de los principios éticos que cimentaban la revolución. 37 años de aquello, y la nostalgia persigue. Sergio dice más: la revolución sandinista se evoca, igual que se evocan los amores perdidos, pero ya no es más una razón de vida.

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