Excepcional programación de la Sinfónica en el Teatro Nacional

Excepcional programación de la Sinfónica en el Teatro Nacional

La semana pasada, la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional conformó un regio y original homenaje, en dos funciones, al inmenso genio musical de Ludwig Van Beethoven.
Consistió en la inolvidable actuación de la Orquesta Wiener Akademie, de Austria, bajo la impresionante conducción del maestro Martin Haselbock, en la interpretación de la Obertura de “Las criaturas de Prometeo”, y las sinfonías primera, tercera, séptima y octava.
Podría extenderme describiendo las emociones que me embargaron escuchando cada una de estas obras de un artista cuya grandeza se hizo sentir en dos periodos de la historia de la más universal de las artes. Sin embargo, y por razones tanto entendibles como atendibles, me circunscribiré a mi favorita en el universo sinfónico del divino desheredado de la audición, su séptima sinfonía.
Muchos de los expertos de la música de los grandes maestros han emitido juicios diversos, algunos de sorprendente originalidad, sobre esta obra.
Un contemporáneo de Beethoven consideró que la pieza retrataba una revolución política; otro autor la vio como una historia de caballería morisca, y no faltó quien la calificara de mascarada de ebrios.
Emil Ludwig, con su prolífica imaginación de afamado escritor, la describió semejante a un festival de los bosques, una marcha sacerdotal y de danzas ceremoniales en medio de una bacanal.
Richard Wagner la denominó “la apoteosis de la danza”, y Héctor Berlioz introdujo en su oído sentimental una danza campesina cuando la escuchó.
De estas frases alusivas a la séptima sinfonía de ese favorito del universo melómano de todas las épocas, es la de Wagner la más citada.
La innumerable cantidad de opiniones vertidas sobre esta pieza, algunas con peligrosa proximidad a la orfandad de ideas, pone de manifiesto encanto subyugante de lo que alguien llamó ‘sus impulsos rítmicos, variados, cautivantes e incesantes’. No han faltado críticos que expresaron que la magia del ritmo de esta obra opaca la escasa aparición en algunos de sus pasajes de los temas con carga de lirismo.
Sin embargo, esta misma característica la califican otros como una de las causas de su reconocida belleza, la cual lleva a que muchos de los asistentes a un concierto donde es interpretada, tarareen al salir las melodías de sus movimientos. Con ello, le otorgan una especie de magia, de embrujamiento, al ritmo musical.

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