Falacias imborrables

Falacias imborrables

Ocurrió en un pequeño municipio de Guerrero-México-. Otro caso para avalar los devastadores efectos de la perversidad sin rostro.Excusa para el desahogo, para develar la violencia irremediable de la injuria.El viacrucis del alcalde de Pilcaya es emblemático, especialistas en comunicación así lo consideran. Un maestro, alcalde, víctima del poder inconmensurable de las redes.Leído como noticia en abril del año pasado, fue recreado con maestría por un escritor dominicano. Antiguo ministro de Cultura, creador de BIBLIOTECA, suplemento que reivindicó la literatura criolla y permitía el contacto con las obras contemporáneas universales. En sus páginas estaban la fotografía, la música, la gastronomía, la política y los políticos.“Espacios y Resonancias” recopilación de sus obras,no ha sido final sino un adelante. El hombre continúa, ahora, cada sábado,en Diario Libre. Con esa cadencia de su prosa, dice, opina y reta. Contextualiza y sin pretensión, advierte. Publicó en Lecturas:“Redes Sociales: el caso Pilcaya,”ahí José Rafael Lantigua recrea la ocurrencia que afectó, de manera irreversible, al alcalde dePilcaya. En cada párrafo diseña la trampa que nos circunda, descubre la fragilidad de la honra, inerme frente a una frase maleva multiplicada en un segundo.
“Alcalde de Pilcaya, choca su auto Aston Martin de ¡seis millones de pesos!”decía uno de los mensajes reproducido al instante.“El alcalde priista Ellery Guadalupe Figueroa Macedo, sufrió un accidente esta madrugada cuando viajaba en su lujoso auto deportivo Aston Martin que tiene un valor en el mercado de seis millones de pesos.” Continuó la saga. Los comentarios coléricos se sucedían, la indignación tenía origen en el abuso y dispendio del funcionario priista.No hubo indagación ni cotejo, tampoco preguntas al agraviado. El hecho lucía incontrovertible. El accidente del alcalde en su imponente vehículo fue sentencia inapelable. El regente de 11, 000 habitantes estaba en la palestra sin voz. Inaceptable que el humilde servidorpúblico, del empobrecido municipio, condujera y poseyera un Aston Martin,uno de los vehículos favoritos del agente 007. La glosa de José Rafael Lantigua, convierte el episodio, el relato de aquella sarta de mentiras en ejemplo dramático de la irresponsabilidad que las redes anidan.Además,su texto seduce, atrapa. La redacciónrequeteconfirma la afirmación de Manuel Rivas: “lo que nunca olvidaremos de los periódicos, de la radio y la televisión, es lo que tienen de literatura”.El abcexigido: quién,qué, dónde, cuándo, por qué y cómo, es trasmutado en material indispensable para reflexionar. La contundencia de lo expuestoamerita una pausa para repensar el embate de la maledicencia y la estulticia, del arrojo, de la ignorancia con ínfulas y cobarde. La irrupción de las redes doblega y expone la indefensión de las víctimas.Atalayas indoblegablespara esparcir cieno y provocar el desdoro irreparable. Ellibelo indetenible sin posibilidad de enmienda. Hechura de una laya canallesca con resguardo y eco, sin identidadni consecuencia. Lantigua admite su ajenidad al chateo, su distancia con la propensión voyerista que hurga, ausculta la vida de los otros. Espionaje torvo de la molicie, incapaz de sopesar la dimensión de un bulo, el vendaval de la infamia y la sinrazón difamatoria.Con su maestría habitual marca el tiempo que aboca en la desgracia del alcalde. Nadie escuchó ni leyó que nunca estuvo en el lugar del accidente, que no era el propietario del Aston Martin. “El Aston Martin, ciertamente, no pertenecía al alcalde. Era propiedad de un ciudadano con billetes que el pobre alcalde nunca tendría. Existía, nada pecaminoso, un permiso del ayuntamiento de Pilcayapara que el auto pudiese circular por dicho municipio. Un permiso que solo costó 205 pesos.”
Con infinidad de tuits adversos era improbable establecer la veracidad.Para las redes, la versión del agraviadojamás importa y es imposible compararla con el tamaño de unafalsía divulgada urbi et orbis. Porque unatecla sepulta, un “me gusta” es un INRI. La conclusión de Lantiguainquieta: Nunca se borran las falacias.La reputación del alcalde quedó para siempre en entredicho.

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