Falseando no se vale: proverbio chino

Falseando no se vale: proverbio chino

Los chinos han dicho tantas cosas en su larga filosofía que es seguro que ese proverbio falseando no se vale existe en algún texto de la milenaria cultura asiática. Y como aquí somos muy dados a resumir conocimientos en un par de palabras o en una frase que parezca filosófica, me arriesgo a verter en esa frase el siguiente «conocimiento» recién adquirido y que puede ser dividido en dos períodos: siglo XX y siglo XXI.

Durante algunos años, por los 80, un práctico montero estuvo localizando cuevas y sitios de interés para la disuelta Sociedad Dominicana de Espeleología. Entre los sitios localizados estuvieron algunas cuevas del Parque Nacional del Este, y una de ellas fue la Cueva de Ramoncito. Ocurre que, al parecer, dicho práctico montero recurría a alterar un tanto la información rupestre para lograr levantarle mayor interés, cosa que redundaba en una mayor gratificación «por los servicios prestados a la causa». Aunque también lo hacía (en el caso de los petroglifos) para «aclararlos» cuando no estaban bien visibles.

Por esta razón, algunos de los petroglifos localizados en la Cueva de Ramoncito durante el experticio realizado por los comisionados de la Unesco, Jay Haviser y Racso Fernández, se veían alterados por percusión y raspado reciente, cosa que preferimos sugerir se debió a la actividad del práctico montero (cuyo nombre no vamos a revelar por obvias razones de mesura y delicadeza). Pero, también al parecer, dicho personaje realizó algunas alteraciones pictográficas dentro de la cueva, añadiendo algunas figuras a las auténticas para importantizar el hallazgo. Eso restó calidad a la «Cueva de Ramoncito» a los ojos de quienes la visitamos por primera vez en esos años 80. Esa es la parte del período siglo XX. Vamos ahora al período siglo XXI.

Una nueva visita a la «Cueva de Ramoncito» nos guardaba otra alteración, sólo que esta vez el propósito del alterador no parece que fuera conseguir alguna recompensa económica, sino más bien nombradía, algo así como un reconocimiento, una mención o algo que le nombrara de alguna manera. Su nombre, como el del práctico montero del período siglo XX, tampoco vamos a mencionar por las mismas obvias razones de mesura y delicadeza.

Esta vez, la alteración estuvo relacionada con la cerámica indígena, elemento arqueológico que dentro de una cueva establece una posible relación entre sus características físicas (de diseño, calidad, figuras representadas, etc.) y las características de las manifestaciones rupestres que puedan aparecer. Es decir, cuando existe evidencia cerámica en una cueva ésta puede guardar una posible identidad con las pictografías y petroglifos que aparecen en sus paredes y formaciones secundarias, aunque no necesariamente.

Pues ocurrió que mientras nos adentrábamos en la «Cueva de Ramoncito» nos encontramos con un gran fragmento de cerámica aborigen que nos esperaba en un punto muy estratégico que de ninguna manera podía ser ignorado. Colocado a la derecha, sobre un saliente, en un paso estrecho de la entrada, el fragmento parecía gritar ¡¡eh, aquí estoy, mírenme, coléctenme y háganme parte de la evidencia que buscan!! Naturalmente, coincidimos con los especialistas Haviser y Fernández de que se trataba de una evidencia colocada, algo tan inútil como estúpido, puesto que la evidencia de uso de la cueva por grupos aborígenes está demostrada por los grabados y las pinturas, pero indudablemente, el autor del «desliz» quería elevar la importancia arqueológica de la cueva aportando algún elemento para ello.

Esto no es nada nuevo. En toda la historia de la actividad arqueológica y paleontológica mundial ha habido personajes que han intentado atraer la atención armando hallazgos o fabricando pruebas de verdades indemostrables, a veces para darle un supuesto fundamento a sus afirmaciones, y otras veces solamente para lograr un poco de notoriedad. Pero ocurre que como dice este otro proverbio «el cojo y el mentiroso no llegan muy lejos», y este no sé si es chino, tailandés o vietnamita, pero de bastante uso en Dominicana.

La cosa es que ni en el «período siglo XX» ni en el «período siglo XXI» la falsificación en la «Cueva de Ramoncito» tuvo éxito. Por nuestra parte esperamos que ambos casos no tengan mucha significación para los expertos de la Unesco que estuvieron en el Parque del Este, para que la intención de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y del Museo del Hombre Dominicano de convertir dicho parque en Patrimonio Cultural Mundial no se vea empañada por una idiotez innecesaria, dados los incalculables elementos y evidencias culturales auténticas con que cuenta dicha área protegida.

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