Fatigados de razonar

Fatigados de razonar

Son muchos los grandes intelectuales que en su juventud dedicaron sus mayores esfuerzos a la lógica, a los fundamentos del razonamiento; y luego, abruptamente, abandonaron esa disciplina y se concentraron en otros asuntos que anteriormente consideraban “menores”. Filósofos, lingüistas, matemáticos, físicos, expertos en balística, terminan “alejándose” de la lógica, tal vez hartos de decirse: luego, por tanto, de donde, por consiguiente. Los casos de Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein fueron notables. En un programa de televisión con el doctor Enerio Rodríguez se mencionaron otros casos de científicos inteligentísimos, que sufrieron “fobias”, o apartamientos inexplicables del pensamiento estrictamente lógico. Todo ello, sin ser “irracionalistas”, ni partidarios del anarquismo.

En escritores que no fueron científicos se han operado cambios parecidos, en un sentido o en otro; ensayistas razonadores van “escorando” hacia la poesía; y poetas a toda vela, cambian el rumbo y se convierten en ensayistas. Don Miguel de Unamuno y Octavio Paz son ejemplos contradictorios. Uno transitó del pensamiento filosófico a la poesía; otro de la poesía a las reflexiones sociales o culturales. En ambos casos es visible el deseo de rechazar los “compartimientos estancos”, el “encasillamiento” intelectual. Los problemas de la vida humana dan lugar a toda clase de preguntas: sobre la naturaleza, la razón, la muerte, el amor.

En algún momento de sus vidas los hombres más “intensos” en sus propósitos profesionales, intelectuales, familiares, empresariales, se preguntan: ¿qué es lo más importante de todo? Ese es el primer paso para establecer una suerte de escala de valores o tabla de estimaciones. Lo que nos parecía en la juventud el centro de gravedad de la existencia, en la madurez puede parecernos una aberración, un error de perspectiva. No se trata, por lo general, de ningún desencanto; es más bien asunto de jerarquización o de prioridades.

Por eso es tan importante saber qué pensaba Platón cuando estaba joven; y qué opinaba al llegar a la vejez. Y lo mismo ocurre con escritores y pensadores de nuestro tiempo. La experiencia acumulada, las visiones retrospectivas, quizás favorezcan los sentimientos nostálgicos. ¿Qué he dejado de hacer? ¿No he pensado lo suficiente? ¿He dejado pasar por mi lado la poesía sin subir a ese vagón maravilloso que anula los razonamientos?

 

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