“Fifo, mi amigo”

“Fifo, mi amigo”

Al llegar la navidad, como que me da ganas de romper barreras… Al iniciar diciembre –un mes muy especial por cierto- quiero compartir la más interesante historia que a nadie le haya sucedido… Tengo un amigo, que anda rondando la esquina de mi oreja izquierda desde hace unos días… Sólo me susurra y susurra… zoooommmmm y… ¡vuelve a la carga!

“No me habla…. Sólo pica y se extiende, como los batazos de los grandes jonroneros… Fifo, como le llamo, se para frente a mi en actitud desafiante, pues ya estoy harto de verlo mirándome desde un lado de la pared en mi baño y él sabe que no he podido agarrarlo…”.

“En estos días, por fin Fifo decidió hablar conmigo… Es de esos mosquitos oportunistas y atrevidos… Luego de aterrizar en mi calva -que estaba mojada y él no lo sabía- resbaló y por poco se desnuca, cayendo al suelo… ¡Una toalla que yacía húmeda en el suelo le salvó la vida!”.

“En agradecimiento, Fifo –así como de la nada- inicia una conversación entrecortada… ¡Todavía el resbalón le duele! … Y eso, que no fui yo quien se lo propinó sino él mismo al caer…”.

“Oye Píndaro – me dice-, en tu mundo nadie me quiere… Y… ¡tanto que me gusta a mí picarlos! Ahora mi primo Dengue anda por ahí haciendo de las suyas… Así por lo menos me dejan a mí tranquilo… Él es el desgraciado de la familia…”.

“Fifo –pregunta Píndaro-… ¿Y cómo te haces tú, cuando alguien pone el mosquitero para poder dormir y que así le dejes tranquilo?”

“Ahhhhh – responde Fifo-, eso no importa… Lo último me pasó a mí con un amigo tuyo… Ese barbarazo creía que se iba a salir con la suya y compró un mosquitero de guardia –dizque para asustarme con el color verde-… y, sin darse cuenta, su gordura se enredó en él a nivel de su cintura… En ese preciso momento, la masita le brotó por los hoyitos del mosquitero –que ya había roto- y… ¡Zazzzzz!… ¡Aproveché y le piqué con to’ los jierros…!”.

“¿Y no se quejó cuando le picaste?” –pregunta Píndaro-… “Nooooo…. –responde Fifo de inmediato-… ¿Tú sabes qué hizo ese barbarazo? Volvió su cabeza hacia mí… Ni siquiera me trató de matar… Sólo murmuró para sí mismo ‘Ay ombe, que siga picando… ¡Así tal vez rebajo unas libritas!’…”.

“Anjá Fifo… ¿Y le quitaste mucha sangre?” … Fue la pregunta de rigor, a lo que él respondió… “Fue como ir a Villa Mella y darme una jartura de chicharrones lights, como los que están de moda, para justificar…”.

“Mientras esta conversación coge cuerpo, otro zancudo -que parece hermano de Fifo- se apresta también a atacarme…” -exclama Píndaro-… “Aterriza en uno de mis pies… A mano pelá le abimbo un tablazo en la pantorrilla y eso me obliga a moverme y hacer maromas… Me muevo con cuidado… Agarro con la otra mano la toalla que me seca, pues una pierna todavía está mojada… Trato de hacer malabares y agarro un pedacito de algodón… lo mojo en alcohol y lo froto en el lugar de la reciente picada… En este punto ya he olvidado a Fifo y sólo pienso en que no me venga una hinchazón… Este mosquito –piensa para sí Píndaro- ¡se desquitó!… Déjame seguir secándome para ver si llego a tiempo donde iba…”.

“Justo en ese momento, Fifo deja de sentirse en el ambiente y su zumbido se ha silenciado por completo… Sin yo darme cuenta mientras me secaba en el baño y, sin querer, le planté encima uno de mis pies y… ¡Oh, desgracia! ¡Lo aplasté!… ¿A alguno de ustedes le ha pasado esto alguna vez?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas