Frank Díaz Vásquez

Frank Díaz Vásquez

La noticia fue terrible, a mediodía un grupo de revolucionarios encabezados por Diómedes Mercedes llegó a la casa y nos vieron tan normales que se devolvieron y se sentaron cabizbajos en el contén. No entendíamos lo que pasaba, se quedaron un rato y ya, todo se nubló. Llamaron por teléfono y al responder, papá solo exclamó: ‘¡Me lo mataron!’. Mamá reaccionó: ¡Ay, fue a Frank!” y seguido se desmayó sumiéndose en inevitable tristeza que la envejeció a destiempo.

Elena y Eury Díaz Vásquez hacen el relato de la trágica muerte entre sollozos prolongados y el ambiente que antes estuvo colmado de risas al describir el festivo temperamento del mártir de la Revolución de Abril, se torna fúnebre. “Después de ahí, todo fue confuso y negro”, refieren las atribuladas hermanas del muchacho de 22 años que se entregó con ejemplar vehemencia a la causa constitucionalista.

Se había puesto al servicio de la Guerra Patria no solo combatiendo, orientando, arengando, sino curando heridos y auxiliando a los cirujanos que intervenían a los lesionados por los implacables ataques de militares nativos e invasores foráneos. Era el médico que se trasladaba a uno y otro escenario de la ciudad en armas deteniendo la sangre derramada, trasladando en sus brazos a patriotas malheridos.

Pero a él nadie pudo salvarlo cuando la metralla asesina de un francotirador apostado en la azotea de la clínica Záiter le alcanzó el corazón precisamente cuando asistía a un joven caído en la calle Benito González. El homicida no reparó en la bata blanca que vestía, pues había salido del quirófano ante el clamor del pueblo que pedía un doctor para tantos soldados mutilados por la salvaje embestida norteamericana de los días 15 y 16 de junio. El inquieto facultativo estaba ejerciendo en la clínica Penzo Frías, de esa vía.

No se había graduado pero era experto, pues antes de producirse la refriega actuaba como ayudante del médico legista del Palacio de Justicia, donde además atendía a los enfermos pobres. Desde la adolescencia, intrépido y emprendedor dividía su tiempo entre los estudios y la lucha contra la opresión y la injusticia que impulsaba desde las organizaciones estudiantiles y del 14 de Junio al que también pertenecían sus demás hermanos Rafael, Carlos, Emerson, Pedro Pablo y Nereyda.

Fue Rafael quien localizó su cadáver tras una noche “dura, larga, amarga, a la espera del amanecer para encontrarlo”, refieren Elena y Eury. La casa de la calle Santomé 26, bastión del Movimiento, se llenó de personas ofreciendo versiones de su paradero. Muchos aseguraban que estaba vivo. Ana Hernández, compañera de Frank en el centro de salud, se mantuvo firme: “¡A Frank lo mataron!”. Ella fue quien se armó de valor para comunicarlo.

Prácticamente de madrugada la familia se organizó en cuadrillas para localizarlo en cualquier estado en que se encontrara, removiendo cadáveres en las calles convertidas en sepulcros improvisados, internándose en las emergencias de hospitales y clínicas, llegando a La Incineradora donde los rebeldes prohibieron el trabajo hasta que apareciera Frank.

“Boca arriba, como dormido”. Las tropas de Ocupación colocaron a Frank en una fosa común del Cementerio Obrero, donde lo ubicó Rafael, siguiendo la corazonada de su tío “Maneco”. Se sentó al borde de la tumba y lo identificó sin esfuerzos pues lo pusieron encima. Estaba “boca arriba, como dormido”, narran Elena y Eury enjugando lágrimas que brotan del dolor insuperado.

Eddy, esposa de Carlos, médico como Frank y Pedro Pablo, gestionó una ambulancia y lo trasladaron al hospital Gautier. Las monjitas lavaron su cuerpo sanguinolento, aniquilado, y vendaron su pecho casi destrozado por la artera metralleta para evitar a la atribulada madre el impacto por el cuadro de su hijo despedazado.

Envuelto en sábanas lo llevaron el 16 de junio, cayendo la tarde, al camposanto de la avenida Independencia y luego en el ataúd lo sepultaron entre bombardeos. El entierro fue fugaz y angustiante pues los norteamericanos disparaban por aire, mar, tierra.

Sin embargo, ni los tiros ni el toque de queda impidieron a la multitud congregarse alrededor de la emblemática casa, en las misas del novenario oficiadas en la capilla del Padre Billini. Frank tenía infinidad de amigos por su temperamento alegre, cariñoso, sociable, comprensivo, solidario. Entre sus más entrañables estaban José Ángel Saviñón, José Aníbal Cruz, Diómedes Mercedes, Pepe Rivas, Flavia Vidal. Pero también fueron a despedirlo un sinfín de pacientes agradecidos, compañeros de lucha, del partido, de estudios y la muchedumbre revolucionaria abatida por la muerte a destiempo.

Comprometido. Frank estuvo comprometido con la Revolución desde antes del estallido del 24 de abril. Sus hermanas recuerdan que para no despertar sospechas un día anunció que iba a atender “un golpecito”. Aludía al Golpe de Estado contra el Triunvirato.

Consumado el estruendo, la Santomé 26 fue arsenal y comando. Frank y sus amigos ocultaron allí sus armas y luego subieron con ellas a la azotea que fue en principio su unidad de combate. Los Díaz Vásquez les preparaban comida y café que ellos acompañaban con pan de la panadería “Quico” que estaba al lado.

Después intervino con osadía en la irrupción en la fortaleza Ozama, la batalla del puente Duarte, el asalto al Palacio Nacional y sirvió en el Comando Médico.
Frank nació en Neiba el 19 de noviembre de 1942, hijo de Rafael Atilano Díaz y Elíxiva María Vásquez (Nena). En la cárcel pública fue maestro, vocación que heredó de su madre al igual que sus hermanas Eury y Elena, también abogada. Creó una banda de percusión en la que era músico y fundó la biblioteca del liceo donde cursó bachillerato.

La brutalidad que presenciaba en la prisión determinó su oposición al régimen trujillista. Fue presidente de la Asociación Patriótica y de la Acción Católica por lo que él y su familia fueron perseguidos en 1960 al producirse el rompimiento de relaciones entre Trujillo y el clero.

Cuando lo mataron, el luto cerró las puertas de la Santomé que no se abrieron hasta tres años más tarde.

Doña Nena encaneció joven y abandonó las aulas por un tiempo, vencida por la pena.

ZOOM

Homenajes

Además de dos calles de Santo Domingo con su nombre, fue designada Frank Díaz la clínica Adelaida para empleados del Ayuntamiento. La Asociación Médica Dominicana le acreditó como su miembro y la UASD le otorgó el título de Doctor en Medicina Post Mortem. Un aula de la facultad le rinde tributo y estudiantes de la carrera se constituyeron en Equipo de Salud Frank Díaz Vásquez. Hay una placa de bronce en su honor en la Benito González, donde cayó herido de muerte. Cada 15 de junio, cada 24 de abril, se suceden las ofrendas florales en su tumba procedentes del pueblo y de organizaciones revolucionarias. Elena y Eury comentan: “Su nombre no se ha perdido con el tiempo: Frank es un muerto vivo”.

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