Para 1855, Faustino Soulouque todavía gobernaba a Haití bajo una férrea dictadura, pero acariciaba su objetivo de la reconquista del país de oriente de la isla, de la cual había salido derrotado en abril de 1849 después de la batalla de Las Carreras; se creía que esa iba a ser la última derrota haitiana en sus vanos intentos de reocupar lo que había sido su posesión por 22 años.
Pero a finales de 1855, Soulouque, conociendo de las diferencias internas que mantenían los dominicanos, se preparó para lanzar una oleada invasora por cuatro puntos del país, pese a los esfuerzos disuasivos de diplomáticos ingleses y franceses, que impidieran esos intentos de ensangrentar de nuevo la parte oriental de la isla.
Todas las invasiones haitianas a Dominicana se organizaban y se despachaban para coincidir con el invierno y la primavera, de forma que esos uniformes afrancesados que utilizaban las tropas, pudieran ser resistidos y no fueran tan calurosos, ya que era simplemente para impresionar y asustar a los dominicanos desarrapados, descalzos y sin camisas, mientras aquellos eran reclutados y arrancados de sus plantaciones para servir a las huestes occidentales, que desde 1844 hasta 1855 intentaban recuperar el territorio que les fuera arrebatado por los aguerridos dominicanos.
Para las navidades de 1855, las tropas haitianas habían llegado a numerosas poblaciones del país, tanto por el Sur en Enriquillo como por Las Matas de Farfán y por el Norte por Guayubín. Para el 20 de diciembre se escenificó la confusa batalla de Santomé, en que los dominicanos por momentos creyeron que estaban derrotados pero con José María Cabral se sobrepusieron a sus miedos, y en gallardos combates, hicieron huir a las tropas de Soulouque que dos días después fueron diezmadas en Cambronal; con otras escaramuzas en el Norte finalizaron las campañas bélicas haitianas en contra de Dominicana. Desde ese entonces buscarían otros medios de recuperar lo que habían perdido en 1844 y cumplir con su aspiración de la isla una e indivisible.
Transcurridos más de 150 años de las últimas batallas entre dominicanos y haitianos, estos, han logrado posicionarse, con su lenta y permanente invasión pacífica, de diversas áreas del territorio dominicano, ante la indiferencia y mirada miedosa e irresponsable de las autoridades, que desde 1961 no han podido ni querido controlar esa marea humana queno se detiene, hoy en día ocupan importantes enclaves poblacionales en diversas partes del país.
Y desde aquellos líos de los 90, de los frecuentes golpes de Estado en Haití cuando Cedras y Aristide y otros urdieron otro plan mucho más efectivo, y con la bendición de los amigos de Estados Unidos, Francia y Canadá, de buscar una ocupación pacífica y permanente, de manera que la línea fronteriza fuera inexistente y los dominicanos claudicaran de su soberanía.
Los haitianos, que son un Estado fallido, son más audaces y agresivos con su hábil diplomacia, que pone de rodillas cada vez que quieran a los dominicanos, como sucedió el pasado miércoles 12 y hasta pareciera que nuestras autoridades se quisieran meter la lengua en donde la espalda pierde su nombre.
Agresivamente, los haitianos, contando con el respaldo de sus amigos internacionales, y en su país, que no tienen ninguna garantía de salud para sus habitantes y de donde son varias las epidemias originadas allá que estamos sufriendo sus efectos poniendo en peligro la salud de millones de dominicanos, se dan el cachet de establecer vedas de ingreso de productos cárnicos y huevos a su territorio, como si ellos contaran con un control similar a los que disponen las naciones más desarrolladas.
La situación es delicada, y lo será más grave en el futuro, reflejándose en los temores de las autoridades dominicanas en insistir de que las relaciones bilaterales son normales, solo para darse ánimo, a sabiendas que ya las autoridades haitianas le tienen el lado flaco cogido a sus pares dominicanos, que ahora le piden clemencia a un país fallido.