Generales que araron en el mar

Generales que araron en el mar

Si se hace memoria sobre las veces que el general Manuel Castro Castillo y los últimos otros jefes policiales manifestaron alarma por la facilidad con que muchos individuos obtienen la libertad a poco de estar acusados de delitos, se podría afirmar que aquí el pataleo a veces no funciona ni con ramos en los quepis. El proceder de pobres resultados en estructuras judiciales se muestra inmutable. Y no solo es el principal cuerpo del orden el que se la pasa preocupado por las liviandades que abren celdas. En amplios sectores de la sociedad se da también esa percepción. Crímenes horrendos ponen a la luz repetidamente que sus autores eran tipos con prontuarios pesados y que mucha gente suponía que sus fechorías ya los tenían en prisión.

A la inconsistencia del sistema que hace volver a las calles a delincuentes comunes se suma la insatisfacción que una y otra vez expresa la fiscal Yeni Berenice Reynoso sobre la persecución a la corrupción, lo que atribuye a una ausencia de voluntad, criterio que en ocasiones ha sido corroborado por otras ramas y superioridades del Ministerio Público. De continuar esta blandura se podría decir que la justicia dominicana parecería dirigida a sentarse en uno de sus propios banquillos de los acusados de otros tiempos. Las estadísticas que recogen el curso de expendientes contra el peculado que no resultaron en sanciones por más de un decenio hablan por sí solas.

Constanza y los pinos que se van

Los “constanceros” se han puesto de pie y no es para menos. Exigen protección a sus bosques mientras los deforestadores que actúan contra la belleza del valle y las montañas se escudan en “licencias para matar” a la naturaleza. La indolencia de autoridades provee excusas al uso de las sierras y las hachas que destruyen bosques y hacen trizas la leyenda de la eterna primavera. Papeles supuesamente oficiales autorizan cortes y dan sombra a la depredación.

Algo parecido ocurre con una sigilosa e intensa producción de carbón en otros lugares del país para que miles de fogones de los haitianos consuman vegetación dominicana mediante un contrabando terrestre y acuático que provee de carbón. Se habla de incautaciones importantes de cargamentos extraídos de hornos locales pero al rato llega la certificación que legaliza lo ilegal y a Dios que reparta suerte mientras la exportación sigue su curso.

 

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