¡GUILLO PÉREZ: la mirada del paisano!

¡GUILLO PÉREZ:  la mirada del paisano!

En la obra pictórica de Guillo Pérez accedemos a la plenitud efectiva y evocadora de una paisajística identitaria de la luz tropical, vitalizada por referencias metafóricas de la arquitectura vernácula, cañaverales, palmares, arrozales, gallos, bueyes, carretas, crepúsculos llameantes, chimeneas humeantes, “trapiches” y fantasmáticos vestigios maquinales de la industria azucarera dominicana…

La historia del arte dominicano también podría escribirse y aun mejor leerse como el sagrado “racconto” de un fabuloso tesoro deshonrado, pirateado y desprestigiado “desde adentro”. Desde luego, el mismo relato “ecosistémico”, sociocultural y espectrológico del desatino, el disparate, la chapuza y el absurdo cotidianos, habrá de confrontar el pernicioso accionar de “los enemigos del arte”, especie ya advertida en ciertos capítulos profetizadores de una posible historia de la crítica de arte en Santo Domingo legados por el brillante intelectual transterrado Manuel Valldeperes (1902-1970).

“Los enemigos del arte” son criaturas progenéticas: se reproducen ellas mismas y permanecen inmutables con su asombrosa capacidad de truculencia política y todos los ramalazos de la anomia. En la nebulosa trama artística y cultural local, la especie incluye a los oficiales de la desidia que padece la conservación del patrimonio cultural, los “tramperos” del mercado del arte y la árida burocracia cultural que abusa del poder y la confianza de los distintos sectores de la sociedad cada vez que niega la disposición de los recursos necesarios para la revalorización y la difusión del producto artístico dominicano como marca país.
Algunos “pagadores” de la especie siembran y cultivan las rosas del pantano como en el caso ejemplar de los falsificadores y traficantes de falsificaciones. Otros ejercen “au plein air” como resueltos y autorizados gestores culturales, promotores o “art dealer” de trayectorias igualmente exitosas y cuestionables. Pero, la pura verdad es que el fenómeno de la falsificación se establece y persiste como uno de los más terribles tormentos de la realidad artística dominicana de la actualidad.
El debate en torno a la turbadora problemática, gana cada vez más “accionistas” desde las ruidosas alcantarillas del hipermundo. Esto fue evidente ante la denuncia de falsificación que enrareció espectacularmente el detalle del regalo de una obra pictórica del maestro Guillo Pérez (1926-2014) por parte del presidente de la República, Danilo Medina Sánchez, al mismo primer ministro de Jamaica, Andrew Holness, durante una visita oficial de negocios que hiciera el mandatario dominicano a la vecina isla caribeña en noviembre del año pasado.
El diálogo entre galeristas, coleccionistas, promotores y especialistas en torno a los inminentes efectos negativos de una de las escasísimas acciones de promoción del arte dominicano a través de una instancia de tan altos niveles de visibilidad como el Poder Ejecutivo, resultó ciertamente aleccionador y todavía más desconcertante. La viuda del artista primero declaró que el “Gallo de Guillo” no era de Guillo. Más adelante, al ser presumiblemente “iluminada” por los querubines oficiales, aclaró que jamás ni nunca dijo que no. Entonces, otra vez el desatino fue rematado con la tristísima risotada.
Sin embargo, más allá del bochorno, la obra de Guillo Pérez, quien el pasado 9 de marzo cumplió el cuarto aniversario de su ascenso hacia la inextinguible luz de las estrellas, resiste hoy las fórmulas autodestructivas de los enemigos del arte dominicano, brillando como prueba efectiva y axiomática de los más depurados niveles de elaboración conceptual y trascendencia simbólica que adquieren las raíces culturales identitarias dominicanas a través del producto de la imaginación creadora.
Este fragmentario ejercicio reflexivo sobre la sublimada elaboración estética que adquiere la cuestión identitaria en la ardiente y traslúcida propuesta pictórica de Guillo Pérez, aspira únicamente a la poética y despejada percepción de su polivalente repertorio sígnico y del mismo potencial trascendente que sostiene su producción. En realidad, se trata de un discreto aleteo textual y especulativo en proceso que persigue obsesivamente el estudio y la asimilación de su legado incontrastable como totalizante e inefable manifestación de la taumatúrgica “mirada del paisano”.
La “mirada del paisano” es la mirada prístina de esa poderosa polisíntesis de la forma, la gestualidad expresiva, el signo cultural, el ritmo y el color-luz que arde en la gramática plástica de Guillo Pérez y a través de la cual él logró materializar con genialidad y maestría inigualables su personalísima celebración de la diversidad de la vida y las enigmáticas cifras de la experiencia existencial desde un viraje alucinado, alucinante y alucinatorio hacia los caudales mágicos y místicos de la dominicanidad; hacia los abismos contradictorios y complementarios del paisaje psicohistórico y hacia las deliciosas tersuras de la naturaleza, la luz y el aire del Caribe.
“La fuerza de mi tierra es lo que me motiva a pintar el color del trópico, la gloria del mar, los campos de caña y la dura labor de sus hombres, esas son mis fuentes de inspiración permanentes”, declaraba por primera vez Guillo Pérez, flanqueado por el Dr. Ricardo Alegría, entonces director del Instituto de Cultura Puertorriqueña, el reconocido crítico de arte dominicano Abil Peralta Agüero y el coleccionista Enrique Guzmán, durante el “adrenalínico” acto de apertura de su impactante exposición individual “Trópico infinito”, organizada por la Galería Artemira y el Museo de las Américas de San Juan, Puerto Rico (2005).

Sobre la formidable síntesis conceptual que adquiere la cuestión identitaria en la producción pictórica global de Guillo Pérez, precisa lúcidamente Abil Peralta Agüero: “Además de los aportes fundamentales de Guillo Pérez, mediante la conceptualización de lo nacional en la pintura moderna dominicana, está su capacidad de aprendizaje originario con su maestro Yoryi Morel; con los lenguajes estéticos y estructuras plásticas del Constructivismo Latinoamericano del uruguayo Joaquín Torres García, asociándolo con inteligencia e intuición al Constructivismo Ruso, generando una poética y una teoría estética que él estableció como Constructivismo Antillano. En la República Dominicana, solo Jaime Colson, con su Neohumanismo, creó una base científica para definir los principios estéticos de su arte”…

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