De aquí en adelante será mucho lo que se hable de inequidad en el presente proceso electoral, caracterizado, precisamente, por la falta de equidad entre sus principales protagonistas, pues uno de los candidatos es a su vez el Presidente de la República en procura de su reelección, lo que le permite utilizar en su propio beneficio todo el poder del Estado y el Presupuesto Nacional, en tanto el otro es postulado por un partido de reciente formación que ni siquiera recibe recursos públicos para financiar sus actividades. Tan evidente es esa diferencia que a más de uno se la ha ocurrido comparar (desde las trincheras de la oposición desde luego) el enfrentamiento entre el presidente Danilo Medina y Luis Abinader con el combate entre el gigante Goliat y el pequeño David, deseosos, evidentemente, de que en la vida real, léase el próximo 15 de mayo, se repita la bíblica proeza, pero en la política pura y dura que jugamos por aquí, con altísimos niveles de clientelismo, esos milagros son improbables aunque no imposibles. La propuesta del doctor Eddy Olivares, miembro titular de la JCE, de adelantar la proclama del período electoral solo pretendía crear las condiciones para que el organismo pueda regular a los partidos y garantizar esa equidad que tanta falta está haciendo. Pero el rechazo militante que recibió de inmediato esa propuesta solo ha servido para demostrar, una vez más, lo poco que le interesa a nuestra partidocracia, sobre todo a la que se amamanta del Presupuesto Nacional, que esos controles existan, razón por la cual no existe la Ley de Partidos. Hablar de inequidad en un escenario así es, como quien dice, una redundancia, repetir lo que ya sabemos, porque lo cierto es que desde el momento mismo que Danilo Medina se convirtió en Presidente-candidato esa equidad, llamada a garantizar que las elecciones del próximo 15 de mayo sean verdaderamente democráticas, se rompió en mil pedazos