Hasta siempre Joseíto Mateo

Hasta siempre  Joseíto Mateo

Quizás deba cerrar los ojos para ver ese paisaje bucólico de Monte Plata en mi niñez para -en medio de la hierba, la caña, matorrales, ríos y esos largos caminos de polvo y lodo-, recordar cómo imaginaba esa “Chiva blanca” de don José, tal vez la primera canción que encendió mi imaginación de niña a partir del merengue.
Eran tiempos en los que la música popular dominicana se alimentaba de su entorno, haciendo posible identificar lo oído. Eran tiempos del “Batidor pelao” de Edilio Paredes y la famosa “Muñeca” perdida de Eladio Romero Santos. Canciones que nos contaban con versos simples y con objetos conocidos los extravíos del amor.
He tenido que volver al pasado para poder, en medio de la pena que me produce su partida, escribir sobre Joseíto Mateo.
En junio del 2015, de repente me llegó a la cabeza la imagen de Mateo. Tenía tiempo sin sentirlo en los medios, así que lo llamé a su casa y le pedí que me recibiera. Me dijo que sí, y entonces se hizo costumbre verlo, llamarlo y sostener largas conversaciones con la boca llena de risa y de música: “Compadre, prenda ese radio, para que ella oiga lo nuevo que grabamos”, le decía a su asistente en todo lo imaginable, Rolando.
Ya había disfrutado en muchas oportunidades del ingenio de Joseíto Mateo, pues para nadie es un secreto que era el mejor amigo que pudo tener Rafael Corporán de los Santos. Y Corporán, que era uno de los grandes amigos de Yaqui Núñez del Risco, era adicto a invitar a sus amigos a restaurantes como El Vesuvio del Malecón y muchas veces nos tocaba el honor de acompañarlos. El gran atractivo era escucharlos a uno y a otros -aunque ese menú es inolvidable-, era oírlos intercambiar ideas y anécdotas de sus bellaquerías en Villa Juana, cuando fundaron el “Club de los Feos” y estaban intentando ser quienes al final fueron: dos grandes del arte, una experiencia que era, a su vez, divertida, aleccionadora y placentera. Estar con Joseíto Mateo y Corporán juntos era como estar con dos hermanos que discutían, se arreglaban, se abrazaban… Joseíto me picaba un ojo o “chuipiaba” mientras Corpo arreglaba alguna historia de chicas que se quitaban el uno al otro. Eran como niños. Nunca dejaron de ser los muchachos que se afanaban por ganarse la vida, que para ellos era conquistar el favor del público. Ahora que Joseíto ha muerto, que sus restos esperan bajo la tierra un vestido verde de fresca y brillante yerba, acude su risa y sus anécdotas y deseos, a mi memoria.
Se preguntaba -y me preguntaba- si iría mucha gente a su entierro y si recibiría después de muerto distinciones como las que recibió en vida. El después también me dejó con dudas (¿no debió su cuerpo pasar algunas horas en los lugares donde hizo historia?: Bellas Artes, Teatro Nacional, Ayuntamiento del Distrito, CERTV, pero ya las quejas ni las interrogantes sirven para nada. El Gran Soberano de Acroarte coronó su carrera con el reconocimiento a su trayectoria que le hizo la Academia Latina de la Grabación en el 2010 con su Premio Grammy a la Excelencia Artística.
Pocos artistas en el mundo -quizás el cubano de Los Compadres, Compay Segundo- pueden exhibir una añada de creación como la del Diablo Mateo, quien tuvo una carrera incesante durante más de 80 años.
Anduvo el mundo vestido con nuestra bandera como ropaje y su sombrero de paja de hombre de campo y pueblo llano dominicano. Joseíto nunca fue el anciano que se sentaba en una mecedora a esperar la muerte, sino un sempiterno niño que lo único que quería era jugar su rol en sus espacios más queridos: el estudio de grabación y el escenario (podía ser una cabina de radio, un set de TV o en el Teatro, en el Malecón). Lo que quería era cantar, lo que le gustaba era grabar y presentarse ante el público.
“Habrá gente que el día que yo me muera, dirá, ‘ya no jode más’, pero qué le hago yo a nadie. Yo solo soy Joseíto Mateo, el cantante”, me dijo un día mientras me contaba cómo se fajaba él mismo a promover su disco y cómo recibió en el camino algunos desaires.
Huchi Lora ha compartido en más de una ocasión su idea de que el merengue alarga la vida, y se refiere a la longevidad y la salud que exhiben hasta el final los cultores del género. Aunque confieso esperaba que Mateo superara el centenario, no me extraña que se haya ido, si en los últimos años hablaba constantemente de la muerte sin dolor, sin temor y como una referencia para hacer más cosas antes de irse y también para dejar sus sueños sentados.
“Ya mis amigos se fueron casi todos y los otros partirán después que yo, lo siento porque amaba su agradable compañía, mas es mi vida y me tengo que marchar… Qué será, qué será, qué será, qué será de mi vida, qué será…”

Quería su patio, que fue una obsesión que nunca se le quitó. Su deseo era abrirlo, verlo otra vez lleno de bailadores, de músicos, de artistas y a él, el rey, recibiendo a todos como el gran anfitrión que era.
Pero, también quería que su casa se convirtiera en un museo de la música dominicana, del merengue y que la gente conociera su historia. De hecho, me contó que un ingeniero le ofreció 33 millones de pesos por el mismo y se negó “¡y qué yo voy a hacer con todo ese dinero!”, la verdad es que quería y necesitaba poco, solo cantar lo animaba.
Por eso se quejaba de que no lo llamaran para los grandes espectáculos del país o para los festivales que celebraban.
Donde era más feliz, era jugando al entretenimiento, sorprendiendo con sus respuestas, provocando la risa con sus salidas y viendo a la gente aplaudir, cantar y bailar su música.
Y como artista “rejugado”, siempre se las ingeniaba para meterse al público en un bolsillo. Era un lobo en la escena. Lo tenía todo pensado y bateaba duro y a tiempo. Joseíto Mateo fue el primer artista en llevar al merengue una canción brasileña: “Jardinera”, que luego fue nuevamente exitosa en la voz de Fernando Villalona.
En una carrera tan larga, hay tantos éxitos que nombrarlos requeriría otro tipo de espacio, pero basta con mencionar “Merenguero hasta la tambora”, de su autoría y que fuera un éxito también en voz de Johnny Ventura o el “Jarro pichao” que también alcanzó notas altísimas con las innovaciones de Wilfrido Vargas. Lo grabó Juan Luis Guerra con su versión exquisita de “Feliciana” y lo mismo pasó con “Cumandé”, que lo grabaron Los Hermanos Rosario y que se pegó en la voz de Toño.
Diómedes Núñez hizo una bonita versión de su tema “De regreso”. Y muchos otros merengueros grabaron sus canciones, lo que merecería otra mirada.
Cantó con excelencia salsa, son, salve, merengue, guaracha, bachata, guaguancó, bolero, bachata y hasta rapeó y si lo hubieran dejado los años hasta hubiera adecentado el trap. Demasiado talento en un solo cuerpo.
Mateo puso todo al servicio de nuestro ser nacional. Por eso quiero darle las gracias. Por su voz, su buen humor y su risa. La manera de perdonar a quienes le herían… “Deja eso así, no lo publiques», su frase más socorrida. Desde tu historia, que fue un merengón, comprendo que es verdad, que contigo el merengue fue mucho mejor…
Hasta siempre Mateo, “riquitín… riquitín… ¡¡¡bam bam!!!”.

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