Héroes de mayo

Héroes de mayo

El 18 de noviembre del año 1961 me encontraba prisionero en la penitenciaría de La Victoria junto a un grupo de compañeros que, de una u otra forma, estábamos involucrados en el ajusticiamiento del tirano Rafael L. Trujillo. Ese día oímos una pisadas frente a nuestra celda y la voz de Pedro Livio Cedeño que decía «recen por nosotros», frase que tenía gran significado porque con pocas excepciones, esperábamos la muerte, ordenada en cualquier momento por los remanentes del trujillato que aún permanecían en el país.

Durante todo ese día estuvimos preocupados y atentos a las entradas y salidas de los vehículos al recinto carcelario, y cuando la penumbra anunciaba que la noche se acercaba, oímos el ruido de varios vehículos y las palabras del doctor Antonio García Vázquez que exclamaba «se llevan a nuestros compañeros».

Con la mayor preocupación estuvimos despiertos hasta altas horas de la noche. Nadie podía dormir. En aquel silencio, de repente nos alarmó el ruido de las puertas de hierro de los pasillos que se abrían y cerraban y las voces de algunos soldados. Finalmente, alguien dijo que el alboroto se debió a los gritos de uno de los prisioneros que había tenido una pesadilla. Después de ese momento, que por la circunstancias en que vivíamos adquiría una mayor significación, permanecimos despiertos con un amargo presentimiento de lo que podría estarle ocurriendo a los compañeros que habían sacado del presidio. Así nos sorprendió el amanecer de ese fatídico día.

Conforme con la narración que Ramfis Trujillo le hiciera al historiador Emilio Rodríguez Demorizi, los presos fueron llevados al sitio del ajusticiamiento de Trujillo y luego a la hacienda maría en Nigua, San Cristóbal. Allí, en aquel lugar, los familiares de Trujillo y sus esbirros prepararon un horripilante y vergonzoso espectáculo. Mientras ingerían bebidas alcohólicas, hicieron desfilar una a una a sus víctimas. El primero fue Salvador estrella, quien se presentó con altivez, una descarga de armas de diferentes calibre lo hizo caer. Luego Huáscar Tejeda, Roberto Pastoriza, Pedro Luvio Cedeño, y Luis Manuel Cáceres. El último en ser llevado al patíbulo fue Modesto Díaz, quien según Rodríguez Demorizi exclamó «asesinos, viva la Patria», ahogando sus últimas palabras una descarga de armas de fuego.

Así murieron los héroes del 30 de Mayo, con valentía y altivez en aquel momento supremo, demostrando el arrojo que los levó a planear y ejecutar aquel hecho histórico y con el ajusticiamiento del tirano, permitirle a los dominicanos, vivir con dignidad y libertad, vengando de este modo, a los cientos de compatriotas que se inmolaron durante los treinta años de tiranía.

Según me expresara el historiador Rodríguez Demorizi, Ramfis le hizo entrega de sus archivos, presumiéndose que su hija los conserva. El momento es aún oportuno para que la Academia Dominicana de la Historia, los reclame y sean conservados por esa institución como fuente de datos precios, relacionados con éste y otros importantes hechos que deben conformar la historia dominicana. Allí, entre estos testimonios deben existir algunos aun inéditos. Documentos entre los cuales pueden encontrarse evidencias históricas interesantes sobre ese episodio, así como pruebas del heroísmo y debilidad de los hombres cuando tratan de proteger a sus familias y salvar sus vidas.

En la noche del 18 de noviembre de 1961 salió Ramfis del país con el cadáver de su padre, coincidiendo con el golpe de Estado del general Rodríguez Echavarría. El amigo historiador César Herrera, ya fallecido, me narró que según informes que Petán Trujillo le suministró, Ramfis ordenó el fusilamiento del grupo que estábamos presos en la penitenciaría de La Victoria, salvándonos una llamada telefónica que hizo el general Rodríguez Echavarría al coronel Minervino, quien era jefe de esa cárcel, responsabilizándolo a él de la vida de nosotros.

Hoy, con la visión de la vida que me dan mis 94 años, rindo un sentido homenaje a todos los héroes de esta gloriosa gesta y donde puedan estar los restos de ellos, sabemos que descansan en paz, y les aseguro que su inmolación no fue en vano, ya que gracias a ellos y a muchos que antes de ellos intentaron liberarnos de la tiranía, puedo escribir este artículo en su memoria.

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