Higiene pública

Higiene pública

Desde la parte más profunda del baúl de la memoria de mi infancia brota en la alborada, y sin proponérmelo, el rostro tierno y autoritario de la madre anunciando que ya es hora de levantarse y prepararse para ir a la escuela. Por acción refleja, el pensamiento nos tornaba la piel de gallina, puesto que a los pocos minutos de abandonar el tibio lecho estaríamos inmerso en las melodiosas y frescas aguas del río Pérez, afluente del entonces caudaloso río Bajabonico.

Había que zambullirse y restregarse a la brava, para de inmediato ser sometido al primer chequeo higiénico, previo a la rigurosa inspección corporal en la escuela. Sin embargo, el tema a tratar va más allá del sencillo drama del aseo campesino de los cincuenta del siglo pasado. Hoy la densa población dominicana habita en la ciudad, en donde se depende de un agua transportada por tuberías.

A diario vive el conglomerado expuesto a un creciente y ensordecedor ruido vehicular, acompañado de una atmósfera llena de monóxido de carbono y otros contaminantes tóxicos. Ya no se anda por el camino real, intentamos transitar por aceras llenas de chatarras, basura y hoyos lo que obliga al transeúnte a lanzarse a la calle, exponiéndose a ser arrollado por un automóvil. La tranquilidad de la silenciosa noche campestre de ayer tiene hoy su contraste urbano con el alto volumen de los parlantes de colmadones, yipetas y carros en competencia sobre cual pone la música más cercana a la luna.

Letreros y anuncios golpean el órgano de la vista, repercutiendo negativamente en la armonía y equilibrio mental de las personas. Un paseo por los mercados del Gran Santo Domingo le pone los pelos de punta al curioso que se percata de las condiciones de limpieza de los vegetales y las carnes que allí se expenden? Y qué decir del sistema de cableado eléctrico y las cada vez más frecuentes electrocuciones caseras? Salir con un maletín, cartera o prenda de vestir a la calle es una imprudencia que pudiera costarle la vida al osado retador ambulante.

Alguien se ha referido a la higiene pública como la conservación de la salud de los pueblos y ciudades, a cargo del Gobierno central y de los ayuntamientos. Se menciona la antigua cultura griega representada por Solón, Pitágoras, Hipócrates, Platón y Aristóteles como testimonio milenario del interés estatal por preservar la salud colectiva. De persistir en el individualismo y el sálvese quien pueda, corremos el riesgo de perecer en conjunto.

Un ejemplo vivo y reciente es la amenaza del Ébola, cuya propagación podrá ser contenida si se concita una acción coordinada por el Ministerio de Salud. En esa cruzada tienen que participar un número diverso de actores sociales importantes que no deben ser marginados, ni mucho menos ignorados.

Son muchas las acechanzas que amenazan a la indefensa población. Hay enormes tareas que realizar para lograr unos niveles óptimos de salud en nuestra nación. Es labor compleja para titanes optimistas echar a andar con vigor la higiene pública. El reto esta planteado, es compromiso de todos el aceptarlo; por el bien común.

 

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