Hillary: una mujer al poder

Hillary: una mujer al poder

La democracia y el poder se han socializado desde la masculinidad. El estigma, la discriminación y los estereotipos en contra de la mujer se han perpetuado por épocas. Durante siglos, el poder es cosa de hombres, del músculo, de los testículos, del dinero, de las habilidades y destrezas para lograr el éxito de lo tangible, de ahí que los hombres son para el éxito, la seguridad, el valor, el coraje, la fuerza, el narcisismo, la seducción, para la conquista y la legitimidad de proyectarse dentro de la democracia varonil: “son cosas para los hombres” y “de los hombres”. Sin embargo, desde ese modelo de la patrifocalidad y de la cultura del macho, se le asignó a la mujer el rol de su misión, dependencia para servirle al marido y la familia, pero también, para ser pasiva, tolerante, sumisa, poca informada, y de ñapa, que sea orgásmica. Esa cultura de la masculinidad y el poder, ha sido sustentada de forma integral desde la economía, la sociedad, la política, la religión, la publicidad, el cine y la cultura. El condicionamiento ha sido tan vertical, que los hombres pueden identificarse con la figura de la madre, proyectarse con la hija, reconocer a la esposa, pero a la vez, en una condición de ambivalencia y de identidad, se niega y se reduce a la mujer para las funciones donde no se pueda ejercer el poder, tomar las decisiones, asumir la independencia, reconocer o demandar derecho, o asumir o militar la inclusión y la equidad en cualquier espacio. Hablando de espacio, reconozco en Hillary, su talento, su inteligencia social y emocional, para responder de forma adaptativa y funcional a los estresores psicosociales; la habilidad y destreza con que maneja la intolerancia y el disenso social, o la visión multiétnica para entender la migración, respetar la cultura y aceptar el derecho del trabajo y el desarrollo humano desde cualquier espacio y desde cualquier actividad. Ahora le ha tocado enfrentar el confort del poder y la democracia vista desde la masculinidad, como expresión del “éxito”. Su rival, es una persona de “éxito” en lo tangible, para el americano conservador, racista, del idealismo del poder para acumular y expandir el negocio, sin política fiscal, sin equidad en la distribución del gasto, y sin oportunidad para el desarrollo ni la movilidad social desde la oportunidad en la educación, en los valores, en el respeto a las demás personas sin importarle su condición de sexo, migración, religión, etc. Para ese americano conservador, de luz corta y de la democracia masculinizada, el poder lo asegura el hombre, la fuerza, el dinero, la subjetividad y el facilismo de lograr la notoriedad a través de la imagen creada desde el consumo, lo visual, lo banal y lo ligero; desde lo insustancial y lo liviano, son esas las posibilidades que aseguran la simbolización del poder y del sueño americano, visto desde Donald Trump.
En esa visión reduccionista, de luz corta y de condicionamiento de una democracia para ser dirigida por hombres-dioses-que garanticen y proyecten figura de autoridad. Es decir, la autoridad es del género, del sexo, de la fuerza, nunca de los valores, de la integridad, ni de la inteligencia, de la vocación de servicio, de la dignidad, de la honradez y de la hoja de vida puesta al servicio de las demás personas. Hillary Clinton ha luchado y se ha preparado para el poder. Ahora el efecto espejo se ha dejado notar en los diferentes espacios, la masculinidad se siente confrontada, desplazada, temerosa, vulnerable, ansiosa y angustiada. Una mujer al poder, con su historia, su cerebro, su trabajo, su talento, su inteligencia y su vocación de servicio. La democracia hay que des-masculinizarla para que sea posible el derecho a la equidad con justicia humana, con inclusión de todos y todas, sin discriminación, sin prejuicios y por un estado de derechos. ¡Hillary: una mujer al poder!

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