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De ahí que, nómadas asiáticos, de hábitos primitivos, mediante ataques imprevistos que posibilitaba el empleo del caballo, derrotaron ejércitos de pueblos importantes que lo domesticaron. Innumerables invasiones, producida durante casi tres mil años, ratificaron que la seguridad proveniente del aislamiento natural que proporcionaban ríos, mares, desiertos y montañas, era insuficiente para evitar el pillaje, la destrucción o la denominación. Cuando esos pueblos contaron con buenos caballos, jinetes adiestrados y carros de combate, abandonaron su vida pacífica, adquirieron el hábito de la guerra y se convirtieron a la vez en temibles conquistadores.
La irrupción de pueblos bárbaros, indoeuropeos, modificó reiteradamente el curso de la historia por su dominio del caballo. Una obra mitanio-hitita, escrita en el siglo IV, antes de la era cristiana, describía con extraordinaria precisión las medidas que debían adoptarse para lograr un buen caballo. Su autor de nombre Kikuli, y de origen mitanio, explicaba que la selección debía efectuarse por medio de ensayos al galope, que si el ejercicio no quemaba la grasa superflua correspondía limitar la comida, y si aún así no se logran resultados satisfactorios.