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Las orejas sobre las carreras de caballos, todas en su origen, como les sucede a los arboles y a las groserías de los caseros, son pequeñas y hasta cierto punto simpáticas, con un fundamento en su punto de partida que las hace hasta lógicas y naturales, y luego con la fertilidad propia de nuestro suelo comienza su periodo de crecimiento, llegando en su desarrollo y exuberencia a extremo tales que ni aún el mismo que la sembró es capaz de reconocerla.
Las transformaciones en este lapso de tiempo, suelen ser del tipo de las que se verifican en las mariposas y los macos, a los unos les salen patas al cambiar de medio, a las otras, alas de brillantes colores para remontarse en pos de la luz. Si pretendemos identificar en el animal adulto, al renacuajo o a la oruga que conocíamos los mismo que si intentamos comparar la oreja que nos llega con aquella que atravesó nuestro tímpano para salir de nosotros haciéndonos vibrar las cuerdas vocales, veremos ambos términos comparativos tan dispares que no pasará por nuestra mente ni aún remotamente, asociarlos ni menos.