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Coloquémonos en otro ángulo. Consideremos que el globo tiene sus partes y cada parte es única en su modo y en su evolución. Visto así el problema, se abre paso la conciencia y la aceptación de que nuestra realidad poco tiene que ver con la europea, occidental u oriental, asiática, africana e incluso norteamericana, y que ya no es tan preciso darnos a conocer, hacemos entender o reafirmar a contrapelo y con rabia nuestra voluntad de ser parte del concierto universal. La realidad latinoamericana y la de cada región en especial tienen su propio sentido; ocupan un lagar en el mundo y en la historia, sin que éste no sea otorgado por decreto ni reconocimiento implícito de los señores del viejo mundo. Sobra pues, explicar nuestra realidad. No solo porque somos naturalmente autónomos en la historia futura, sino porque el lenguaje que nos sirva para nuestra realidades apena está empezando a inventarse; el que hemos usado hasta hace unos pocos años, es el del mundo viejo del que mucho heredamos, pero del que ya estamos bastantes lejos. Esto, desde luego, significa esfuerzo y problema, pero también muchas esperanzas, sobre las que ojalá reflexionemos y a actuemos a menudo.