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La corrida de caballo verificada una tarde de un jueves 28 de julio del 1849 en Puerto Rico, ofreció uno de los más agradables que se vivió en esa capital en aquella memorable tarde. La elegancia de los palcos que la Sociedad Económica hizo colocar, bajo la dirección de los señores jueces del Jurado, en el sitio de ellas: los bien dispuestas y arregladas: la concurrencia brillante y numerosa, y el gran número de caballos que se presentaron, todo contribuyó a hacer esa diversión una de las más agradables de su género, agregándose a esto el que la mayor parte de los dueños de los caballos que optaron a los diferentes premios, los montaban por sí mismo, vestidos algunos a la inglesa, con elegancia y propiedad y demostrando al mismo tiempo una gran agilidad e inteligencia en el difícil arte de la equitación. Tales fueron los señores Armas, Ruano, Nuñez y Pardial. Todo el terreno que marcaba la carrera de velocidad, se hallaba cubierta de las tropas para evitar así, colocados a distancia proporcionada centinelas, a la derecha e izquierda del camino, que nadie cruzara este, ya para que no fuese atropellar a persona alguna. La fanaticada hípica dominicana siempre ha dado seguimiento a las carreras de caballos en el hipódromo de Puerto Rico, donde realiza su jugada al pool en cada uno de los programas semanales.